11 de julio de 2014

Al-Uqsur, Luxor: La ciudad de los palacios (Egipto)

Templo de Luxor. Patio peristilo de Amenhotep III, rodeado de columnas con capiteles
palmiformes cerrados.
Forma parte de la ciudad de Uaset (en egipcio antiguo) o Tebas (en griego), denominada por Homero “la ciudad de las cien puertas”, y por los árabes Al-Uqsur o “ciudad de los palacios”. Es allí donde se erigen los grandes templos del Antiguo Egipto, Luxor y Karnak, y donde descansan los faraones y nobles más célebres del Imperio Nuevo en sus necrópolis de la ribera occidental del Nilo. Y es allí, en Uadi Biban Al-Muluk, el Valle de los Reyes, donde recientemente se ha realizado uno de los descubrimientos más sensacionales de los últimos decenios: medio centenar de cuerpos embalsamados de la XVIII dinastía. Es cierto que desde los acontecimientos de 2011 el turismo ha bajado drásticamente en Egipto y la seguridad ya no parece algo que pueda confirmarse. Pero según cómo se mire la situación resulta una oportunidad única para visitar lugares como Luxor sin aglomeraciones. En estos momentos los diversos templos, necrópolis y barcos que surcan el Nilo, resultan sobrecogedores de tan vacíos, y los guías locales abruman más que nunca con su insistencia, intentando captar la atención de los pocos visitantes que se atreven a pisar tierra egipcia con respecto a antes de 2011. Demasiados jóvenes vestidos con sus bonitas galabiyas invitando a posibles clientes a subir al carruaje, pueden llegar a ser muy molestos, pero visitar Luxor y disfrutar de sus espacios prácticamente en silencio y soledad, es un privilegio que antes era difícil de conseguir. Texto y fotos: Alex Guerra Terra Música
Uno de los dos colosos de Ramsés II que flanquean el patio de
Amenhotep III del Templo de Luxor
El Templo de Luxor. Realizado durante el Imperio Nuevo bajo el mandato de los faraones Amenhotep III y Ramsés II, es un conjunto de proporciones imponentes pero armoniosas que estaba antiguamente unido al Templo de Karnak mediante una avenida flanqueada por esfinges, y tal como éste, el de Luxor está construido sobre otro más antiguo. De hecho, en la zona oriental pueden observarse bloques de aquél en parte de su estructura interior. Más adelante, sin embargo, otros faraones como Akenatón, Tutankamón, Horemheb, Nectanebo I y más tarde, Alejandro Magno, contribuirán al embellecimiento del recinto con decoraciones, relieves y construcciones menores. En la entrada al templo se alza un enorme obelisco, que es el que permanece después de que en 1833 fuera trasladado el de la derecha a Francia (y que puede verse en la actualidad en la Plaza de la Concordia de París), después de ser ofrecido por Mehemet Ali al rey Carlos X, y elegido por Jean-François Champollion, quien, según cuenta la leyenda, escogió el más pequeño y dañado de los dos. El reloj ofrecido a cambio por el rey Luis Felipe I de Francia a Mehemet Ali, adorna hoy en día su mezquita de El Cairo, aunque ya en aquellos tiempos se había estropeado por el camino, y nunca funcionó. El obelisco de la izquierda, que permanece con sus 25 metros de altura en su lugar original y está bellamente decorado con una escena de Ramsés II adorando a Amón y tres franjas de jeroglíficos que describen el protocolo real junto a una fórmula de alabanza a las construcciones y victorias del faraón, también había sido regalado a Francia, pero ésta, afortunadamente sin nunca haberlo trasladado a este país, lo “devolvió” oficialmente en 1981, durante el gobierno de Mitterrand. Afortunadamente, las dos gigantes estatuas sedentes de granito gris representando a Ramsés II, permanecen en su lugar original, ante los pilonos, protegiendo el templo con gran majestuosidad y enseñándonos con imágenes de prisioneros los nueve pueblos conquistados por Egipto. A cada lado del trono, la reina Nefertari. El templo fue descuidado e incluso maltratado en tiempo del faraón “hereje” Akenatón, pero los trabajos fueron recomenzados con Tutankamón y Ay, quienes acabaron la decoración de los muros de la columnata procesional. Las bellas escenas de la Fiesta de Opet son de esta época. Después de todas las modificaciones hechas en época faraónica, en tiempos romanos el templo fue convertido en edificio militar, época en la que los sacerdotes enterraron imágenes de dioses y reyes en el gran patio solar, que fueron descubiertas en 1989 y actualmente pueden verse en el Museo de Luxor.
Cabeza de Ramsés II en la fachada del Templo de Luxor
La Mezquita de Abu el-Haggag. Incluso en la “ciudad de los palacios” la historia y la arquitectura también se combinan en otros monumentos de tiempos más recientes que nos permiten apreciar un pasado cercano diferente a aquel de los faraones. Además del gran patio, la impresionante columnata procesional, el atrio, la sala hipóstila, otras salas, la cámara del nacimiento, la de ofrendas, el vestíbulo, el santuario de la barca y otros, que conforman la típica construcción clásica, se construyó en tiempos mucho más recientes, en los cimientos del Templo de Luxor, una pequeña mezquita en la zona noreste del primer patio del templo, que aún presta servicios religiosos en la actualidad. La mezquita de Abu el-Haggag se encuentra sobre las ruinas del antiguo Templo de Luxor, construida sobre éste en el siglo XI d.C. a partir de sus viejas columnas (siglo XIV a.C.). Cuando fue descubierta en el siglo XIX, durante las excavaciones del templo, los habitantes musulmanes de la ciudad se resistieron firmemente a que fuera destruida, y gracias a ellos, hoy podemos deleitarnos con esa curiosa amalgama de elementos islámicos y egipcios que nos brinda un espectáculo muy peculiar a la vista. Yusuf Abu el-Haggag fue un jeque sufí nacido en Bagdad, que se trasladó a Luxor en los últimos años de su vida, y donde murió en el año 1243, a los 90 años de edad, siendo hoy en día una de las figuras espirituales más veneradas de la ciudad. Cuenta la leyenda, que fue a él a quien dedicaron la mezquita construida en diversas etapas, comenzando en el siglo XI con el minarete, debido a un extraño milagro ocurrido cuando el gobernante de la época había decidido derribarla y Haggag se opuso tajantemente. El mismo día que el oficial se proponía ejecutar la destrucción de la obra, despertó con el cuerpo paralizado, atribuyéndose el fenómeno a un poder sobrenatural de Haggag. El lugar es un referente  para el culto musulmán, que celebra allí una tradicional fiesta: la moulid, que conmemora el aniversario del nacimiento del jeque sufí, a principios de noviembre de 1150 en Bagdad.
Mezquita de Abu el-Haggag
La pequeña capilla romana. A partir de época romana comienza el indefectible declive del templo y desde los primeros años de la kratesis, una guarnición se instala en Luxor. Una capilla en honor de Augusto es habilitada en la habitación del rey divino y, en esta ocasión, el acceso a las salas es modificado, siendo la función inicial de templo, transformada irremediablemente. Las puertas axiales son tapiadas y se crea un ábside para albergar la estatua del gran emperador. Se realiza una nueva decoración en los muros de la sala, añadiendo una capa de estuco pintado con figuras de estilo puramente greco-romano. Estos frescos, que eran visibles hace una decena de años, han resistido mal a la subida del nivel freático que amenaza el lugar, haciendo que el estuco se haya caído poco a poco, dejando ver los relieves originales de la XVIII dinastía, cubiertos desde hace 2.000 años.
Pilonos del Templo de Karnak
Templo de Karnak. Detalle de sala hipóstila

El Templo de Karnak. A poco más de dos kilómetros del de Luxor, durante el Imperio Nuevo, el Templo de Karnak fue el más influyente centro religioso dedicado al culto del dios Amón, aunque como era habitual, también se veneraba a otras divinidades. Se cree además que es el centro religioso más antiguo del mundo, y es el segundo lugar más visitado de Egipto después de las pirámides de Guiza. Antaño estaba unido al de Luxor por un dromos bordeado de setecientas esfinges (de las que quedan algunas) con cabeza de carnero (antes con rostro humano, durante tiempos de Nectanebo I y del lado del templo de Luxor), y de capillas donde se detenían las barcas de la tríada tebana en la gran Fiesta de Opet. Los templos de Luxor y Karnak estaban íntimamente relacionados, y de hecho la función principal del de Luxor era la procesión que una vez al año, durante la celebración del Año Nuevo,  se celebraba y en la que la imagen de Amón salía de su recinto de Karnak para, a través de la avenida de las esfinges, visitar el templo de Luxor. Este dromos era además la arteria principal de la ciudad de Tebas, dividiendo el puerto, los barrios populares y de los artesanos, de la parte oriental, más residencial y con numerosos santuarios repartidos por sus bellas calles adoquinadas. El complejo de Karnak es un recinto de unas 30 hectáreas en el que treinta faraones intervinieron en la construcción de los numerosos recintos, templos, templetes, capillas y almacenes que lo componen, pero es la sala hipóstila una las áreas más singulares, con ciento veintidós columnas de veintitrés metros de altura y una belleza incomparable.
Templo de Karnak. Sala hipóstila, con 122 columnas de 23 metros de altura, de una belleza incomparable
Estatua de Sekhmet con cabeza de leona.
Templo de Ptah, capilla derecha
Ptah y Sekhmet “la terrible”. En la parte norte del recinto de Karnak, junto al temenos, se encuentra el Templo de Ptah. Cuenta la leyenda que siete niños jugaban en el recinto, en las inmediaciones del templo, y que un buen día nunca más se supo de ellos. Los niños, simplemente habían desaparecido, pasando el lugar a conocerse como la “tumba de los siete niños”. Con el tiempo, la leyenda se fue transformando y supuestamente, acechaba el lugar un ogro que terminaba con la vida de quienes se acercaban, que acabó siendo considerado maldito. Por este motivo, los arqueólogos europeos y americanos tuvieron grandes problemas a la hora de encontrar mano de obra local para las excavaciones en este lugar. Sin embargo, la maldición acabó cuando Legrain encontró la estatua de granito negro de Djehuty, que al llevársela del lugar, se llevó al ogro consigo. El templo incluye hasta seis puertas (de época kushita y ptolemaica), una detrás de la otra, antes de llegar a su centro, al interior del templo propiamente dicho, con maravillosas escenas representadas en relieves muy interesantes. En la parte trasera del templo se hallan tres capillas dedicadas a la tríada menfita. La de la izquierda se dice que podría haber estado dedicada a Nefertum, aunque no se ha encontrado estatua de este dios y ninguno de los relieves de sus paredes lo muestran. La del centro estaba dedicada a Ptah, que aparece representado en una estatua sin cabeza. La capilla de la derecha es la que alberga la famosa estatua de Sekhmet con cabeza de leona, “la más poderosa”, “la terrible”, símbolo de fuerza y poder en la mitología egipcia, diosa de la guerra y de la venganza. Madre de Nefertum, esposa de Ptah e hija de Ra, otorgaba a sus adoradores que conseguían apaciguarla el dominio sobre sus enemigos, y el vigor y la energía para vencer la debilidad y la enfermedad.
Colosos de Memnón, orilla oriental del Nilo
El coloso que cantaba. Tomamos a partir de aquí una barca para pasar a la orilla occidental del Nilo, sintiendo tal vez el chapoteo de algún martín pescador en sus aguas plateadas, y nos dirigimos a conocer el imponente complejo de Deir el-Bahari y las necrópolis tebanas, pero antes, nos detendremos a ver los Colosos de Memnón, las gigantescas estatuas gemelas de cuarcita, de unas 800 toneladas y dieciocho metros de altura, situadas cerca de Medinet Habu, que representan al faraón Amenhotep III en posición sedente. Nos alberga un sentimiento sobrecogedor al ver sus enormes manos reposando en las rodillas y sobre todo, su mirada hacia el este, al Nilo, al Sol naciente. Junto al trono se erigen dos figuras de menor tamaño que representan a su esposa Tiy y a su madre Mutemuia. Aunque ahora se hallan aislados, como descontextualizados de su entorno, su función original era presidir la primera entrada de los tres pilonos del complejo funerario de Amenhotep III, un inmenso centro de culto construido en vida del faraón, hoy destruido por la imponente sacudida que asoló esta tierra tebana hace 3.200 años, que sólo dejó en pie a los dos grandes colosos, indestructibles. Otros cuatro colosos caídos que flanqueaban dos pilonos hoy desaparecidos, no lo resistieron. En esos días, el complejo del templo era el mayor y más espectacular de todo Egipto, que ocupaba un total de 35 hectáreas. Incluso el Templo de Karnak era menor que el conjunto funerario de Amenhotep III. Hoy en día, sin embargo, quedan apenas unos pocos vestigios. El historiador y geógrafo griego Estrabón, explica que un terremoto en el año 27 a.C., dañó a los colosos, sin lograr, una vez más, destruirlos. Se dice que desde entonces la estatua situada más al sur “cantaba” cada mañana al amanecer, a modo de un lastimoso gemido de Eos, que lloraba la muerte de su vástago en Troya… rumor que se convirtió en leyenda, como suele suceder. A pesar de ser una bonita anécdota, el fenómeno tiene una explicación lógica: el cambio de temperatura, al comienzo del día, provocaba la evaporación del agua, que al salir por las fisuras de cuarcita del coloso, producía el peculiar sonido. Sin embargo, el emperador romano Septimio Severo nos privó de este especial efecto acústico al restaurar la estatua en el siglo III d.C. Florencia Nightingale dijo al verlos: “Los colosos no parecen tan colosales; al contrario, se mantienen acordes con todo lo que los rodea, como si fueran del tamaño natural de los hombres, y nosotros fuéramos los enanos, no ellos los gigantes.”
Interior de la tumba de Ramsés VI. Valle de los Reyes
Los “pequeños” de 300 toneladas. El tercer y cuarto colosos de Memnón, también de cuarcita, pesan 500 toneladas menos que sus hermanos mayores. La misión internacional dirigida por la armenia Hourig Sourouzian y el alemán Rainer Stadelman, recupera en estos momentos, y desde hace una quincena de años, el templo destruido por varios terremotos y desmontado posteriormente para construir otros templos de Tebas, confiando la reconstrucción de los colosos al arqueólogo y restaurador español Miguel Ángel López Marcos, especializado en la aplicación de criterios de conservación internacionales en la musealización de yacimientos arqueológicos. Desde 2004, López Marcos dirige la reconstrucción de la estatuaria colosal en la misión internacional del templo funerario de Amenhotep III, donde consiguió idear un complejo sistema para extraer, desplazar y erigir la mayor estatua levantada en época histórica hasta la fecha, de más de 300 toneladas de peso. Este año, por fin han logrado levantar dos enormes colosos, reconstruidos a partir de cientos de piezas, uno de ellos escoltando la puerta del segundo pilón, y el otro cerca de donde se alzaba la puerta norte de un recinto que constaba de tres patios, un peristilo, una sala hipóstila y un santuario. López Marcos está satisfecho después de diez años de trabajo para conseguir esta restauración y el posterior levantamiento de los colosos, pero sobre todo, no sale de su asombro al pensar cómo los antiguos egipcios consiguieron transportar cientos de toneladas de cuarcita desde las canteras de Gebel el-Ahmar, cerca de la capital egipcia, en un barco, a contracorriente, a lo largo de 700 kilómetros. Yo simplemente no puedo ni imaginármelo… Una curiosidad… Los Colosos de Memnón fueron bautizados por los primeros viajeros griegos porque la pronunciación de Phamenoth (Amenofis, Amenhotep) que escuchaban a los lugareños, les recordaba a la de Memnón, el héroe griego de la guerra de Troya, rey de Etiopía, que llevó a sus ejércitos desde África hasta Asia para ayudar a defender la ciudad sitiada, y finalmente derrotado por Aquiles.
Interior de la tumba de Amenhotep III. Valle de los Reyes
Uadi Biban Al-Muluk. Permaneciendo a este lado del Nilo (oeste), nos dirigimos a ver a los faraones de las dinastías XVIII XIX y XX (Imperio Nuevo) que fueron enterrados en el Valle de los Reyes o “valle de las puertas de los reyes” como sería la traducción del árabe Uadi Biban Al-Muluk. Los faraones eran enterrados en hipogeos, junto a algunas reinas, príncipes, nobles e incluso animales. Conocido tradicionalmente por los egipcios como Ta-sekhet-ma’at (“gran campo”), se compone del Valle Este y el Valle Occidental o de los Monos. Las tumbas de la XVIII dinastía fueron las últimas en ser descubiertas por los arqueólogos y saqueadores, debido a la gran eficacia de sus constructores en disimular sus entradas, tapadas además por escombros con el paso del tiempo. El propio arquitecto real Ineni, después que el tercer rey de la XVIII dinastía, Thutmose I, le encargara la construcción de su tumba en el mayor secreto posible, se jactó comentando: “nadie me vio, nadie me oyó”. Lo que pasaba es que ya entonces, los saqueadores eran un grave problema contra el que ni los soldados reales ni las guardias nocturnas podían luchar. A pesar de ello, las tumbas de la XIX dinastía estarán mucho menos disimuladas, lo que provocó un gran aumento de los robos por parte de las bandas de ladrones de tumbas, cada vez más poderosas y agresivas, furiosas por la carestía y confiadas por la inestabilidad cada vez mayor que reinaba entonces.
El Pico de Gurna. Valle de los Reyes
Interior de la tumba de Tutankamón. V. de los Reyes
La primera huelga de la Historia. Pese a que Tebas perdió la capitalidad a favor de Pi-Ramsés, en el Delta del Nilo, los reyes siguieron manteniendo la necrópolis y construyendo sus templos funerarios en la orilla occidental tebana. No obstante, las cosas estaban cambiando, y los monarcas cada vez se desentendían más de la antigua capital y los sacerdotes de Amón iban adquiriendo el control. A la par, Egipto se estaba debilitando, y el hambre y la pobreza comenzaban a hacer su aparición en las clases populares. La incapacidad de muchos faraones, las tensiones con los sacerdotes y miembros de la nobleza local, el peligro de una invasión y la carestía, acabarían por colapsar el Imperio Nuevo en el reinado del último gran faraón, Ramsés III. Fue entonces cuando se tuvo noticias de la primera huelga conocida de la Historia Universal, cuando los constructores de tumbas exigieron más comida y un mejor salario. Los siguientes faraones de la dinastía XX poco o nada hicieron por cambiar la situación. Tebas se asfixiaba, y los temores que se preveían ya desde hacía siglos, se hicieron realidad: el Sumo Sacerdote de Amón se autoproclamó autónomo y, como un verdadero rey sin corona, se escindió del norte del país. Ramsés XI, que estaba construyendo su tumba en el Valle de los Reyes, nunca llegó a ocuparla. Tanto la necrópolis real como el Imperio Nuevo habían desaparecido, 430 años después del reinado de Thutmose I. Del vandalismo a la veneración. Varias tumbas del Valle de los Reyes permanecieron abiertas desde la Antigüedad. Éstas serían pasto del vandalismo de los griegos y los romanos, que inscribirían sus nombres en algunas tumbas a modo de los modernos graffiti, e incluso la ira de los cristianos, que atacarían a algunas tumbas o que incluso habitarían en ellas, en el caso de algunos ermitaños. Sería con la conquista de los musulmanes cuando el valle tuviera algo de descanso, pues éstos simplemente lo ignoraron, considerándolo algo ajeno e innecesario. Muy pocos viajeros europeos harían aparición en el Valle hasta la llegada de la expedición francesa de Napoleón, cuyo grupo de historiadores exploraría el lugar e incluso identificaría algunas tumbas que permanecían olvidadas, como la de Amenhotep III. Poco después llegarían otros bien conocidos por la egiptología actual, como Belzoni, Champollion, Lepsius, Maspero y Carter, entre muchos otros. A largo de todo el siglo XIX y comienzos del XX se descubrieron tumbas reales y numerosos pozos funerarios que acrecentaban cada vez más el interés por la necrópolis y por Egipto en general. El hallazgo de tumbas tan bellas como las de Sethy I y la de Horemheb, de los escondrijos de las momias reales, o de la misteriosa tumba 55 (de la que se ignora la identidad del cuerpo hallado y el verdadero destinatario del sepulcro), crearon una verdadera fiebre en la que varios arqueólogos y acaudalados coleccionistas competían por el mejor hallazgo.
Entrada a la tumba de Tutankamón. Valle de los Reyes
Despacho de la casa de Howard Carter en Elwat el-Diban
Tumba de Tutankamón. Sería en 1922 cuando el Valle de los Reyes desvelara su secreto mejor guardado, la celebérrima tumba de Tutankamón, el rey-niño de la dinastía XVIII. Llena de tesoros jamás soñados, es sin competidor posible, el hallazgo más importante de la arqueología contemporánea universal, y el comienzo de la egiptomanía que aún se siente en la sociedad, pasando a ser Egipto poco menos que venerado por el mundo entero. Pero durante la visita, lejos del brillo del oro que deslumbró a Carter aquel caluroso día de noviembre de 1922, lo que aparece ante nuestros ojos es una pálida sombra del antiguo esplendor, en un estado bastante deplorable. De las cosas maravillosas que viera Carter antaño, nada queda más que el sarcófago de cuarcita amarilla, y para verlas, debemos llegar hasta El Cairo y entrar al museo. Elwat el-Diban. A la entrada del Valle de los Reyes se encuentra la casa de Howard Carter, descubridor de la tumba de Tutankamón, en una pequeña colina llamada Elwat el-Diban, literalmente “montículo de las moscas”. La casa fue proyectada por él mismo, y bautizada como “Castillo de Carter”. Actualmente, después de varios años de ser utilizada como oficina de policía, ha sido restaurada y convertida en museo visitable, lo que nos acerca a aquellos momentos maravillosos de la historia.
Momias de la XVIII dinastía. V. de los Reyes
Recientes descubrimientos: medio centenar de momias de la XVIII dinastía. En abril de 2014 se daba a conocer una noticia espectacular: el hallazgo por parte de un equipo de arqueólogos de la Universidad de Basilea (Suiza) dirigidos por Helena Ballin, de medio centenar de cuerpos embalsamados de príncipes y princesas de la XVIII dinastía (Imperio Nuevo, 1567 a 1085 a.C.), en la tumba número 40 del Valle de los Reyes (KV 40). Los cuerpos (de hombres y mujeres adultos, niños y recién nacidos) estaban rodeados de infinidad de restos de ataúdes de madera y equipo funerario, textiles y vasijas, muy fragmentados debido a la acción recurrente de los saqueadores y a la ocurrencia de un incendio en el interior de la tumba (tal vez causado por las antorchas de los ladrones), pero gracias a los cuales han podido ser identificados hasta 30 nombres, muchos familiares de Tutmosis IV y Amenofis III, y algunos de ellos personajes completamente desconocidos como Ta-im-wag-is y Neferanebo, o de mujeres extranjeras.
Tumba de Ay, en el Valle Occidental
Valle Occidental: Tumba de Ay. La WV23 es una de las pocas tumbas situadas en el lado Oeste del Valle de los Reyes. Supuestamente su ocupante debía de ser el penúltimo (para algunos es considerado el último) monarca de la dinastía XVIII, el anciano rey Ay, pero su momia jamás ha sido encontrada. Algunos creen que tal vez fue destruida por órdenes de su sucesor, Horemheb, ya que al momento de ser descubierta en 1816 por Belzoni, se encontró el sarcófago reducido a pedazos (hoy completamente restaurado y exhibido in situ). Es una de las pocas que integran la lista de faraones del Imperio Nuevo, que aún no han sido encontradas en ninguno de los dos escondites conocidos, sin embargo es poco probable que haya sido destruida, y podría ser que se halle en un tercer escondite aún no descubierto. No hay muchos enterramientos en este desfiladero paralelo al Valle Oriental, y se cree que el primer faraón en ser enterrado aquí, Amenhotep III, pretendía tal vez despistar a los ladrones de tumbas. La tumba de Ay es relativamente pequeña y modesta considerando que es la de un faraón, pero presenta bellas pinturas en su cámara sepulcral ejecutadas probablemente por el mismo artista de las de la tumba de Tutankamón. Algunas escenas de ambas son prácticamente idénticas, de estilo post-amárnico. ¿Podría esto querer decir que la tumba era destinada a Tutankamón y posteriormente Ay la usurpó al ascender al trono? Eso se cree. Lamentablemente el estado de conservación no es muy bueno y muchas escenas se han perdido, y con ellas, la valiosa información que podrían haber ofrecido. Pero algunas muy bellas se han conservado como algunas del Libro de los Muertos, la primera hora del Libro de Amduat, el difunto acompañado de diversos dioses, o las célebres y coloridas de los babuinos, que dieron nombre a la necrópolis entera: Valle de los Monos. No obstante, quizás el motivo decorativo más interesante de la tumba, por encima de los babuinos, es el de una vívida escena de caza en los pantanos, en los que aparece Ay acompañado por su gran esposa real, Tey, cazando patos y arponeando hipopótamos. WV23 es la única tumba del Valle de los Reyes y del Valle de los Monos que posee motivos de caza, actividad muy frecuente en la clase alta de aquel entonces.
Pintura en la tumba de Amenkhorkopesef. Valle de las Reinas
Biban el-Harim. Al sudoeste del Valle de los Reyes, en la ribera occidental del Nilo, fueron enterradas reinas y princesas de las dinastías XIX y XX, aunque también se han encontrado algunas de épocas anteriores. Es un lugar más pequeño y construido con una roca de peor calidad que la del vecino valle. En egipcio se llama Ta Set Neferu, “el lugar de la belleza”, y en árabe, es el actual Biban el-Harim, para el mundo occidental, el Valle de las Reinas.  Aunque hay tumbas y pozos funerarios anteriores, será a partir de la XVIII dinastía, con la reina Sitra, que el valle se convertiría en exclusivo sepulcro de reinas e hijos favoritos de los faraones. La primera tumba fue descubierta en 1816 por Belzoni, pero sin lugar a dudas la más hermosa de todas las joyas de la necrópolis tebana es la tumba de Nefertari, descubierta en 1903 por Ernesto Schiaparelli y Francesco Bellerini, y donde destacan las pinturas increíblemente realistas. La mayoría de las tumbas del valle se hallan en un pésimo estado de conservación, pero sólo por ver la de Nefertari, vale la pena acercarse al conjunto. El descubrimiento de la momia de Neb. Entre El Tarid y Deir el-Bahari, cerca del Valle de los Reyes, se halla la pequeña localidad de Dra Abu el-Naga, donde recientemente un equipo de arqueólogos españoles dirigidos por José Manuel Galán, y que trabajan en la zona desde hace trece años con el proyecto Djehuty, realizaron un importante descubrimiento: un ataúd intacto, sin abrir, sellado hace 3.600 años. Desde entonces nadie había puesto sus manos encima ni había podido contemplar la hermosa decoración plasmada en la madera durante la dinastía XVII por algún habilidoso artesano de la antigua Tebas. De policromía espectacular, los ojos color negro intenso, la piel color ocre y las cejas verdes, conforman un rostro pintado que parece observar todo a su alrededor. Rescatado de un pozo funerario de cuatro metros de profundidad el 10 de febrero de este año, el ataúd (de tipo rishi, “pluma” en árabe, de la época en que Egipto no estaba unificado) fue abierto cinco días después para descubrir su contenido: una momia de un hombre de unos 35 años de edad, que vivió hacia el 1600 a.C.
El Valle de las Reinas
Capilla de Hator, en
Deir el-Bahari
Deir el-Bahari: Hatshepsut. Literalmente  “el convento del mar” en árabe, Deir el-Bahari es un complejo de templos funerarios y tumbas en la ribera occidental del Nilo frente a la antigua Tebas, actual Luxor. Lo primero que salta a la vista es el hermosísimo Templo de Hatshepsut, el más monumental de los construidos en el valle y único en su género todo Egipto, construido por el arquitecto Senemut en forma de amplias terrazas, con edificios porticados y patio de columnas, en perfecta armonía de proporciones que se integran magistralmente con la ladera de la montaña que se halla detrás del edificio. Dyeser-Dyeseru, el “Sanctasanctórum”, fue en su época probablemente embellecido con jardines a los lados de sus rampas. Desafortunadamente el templo fue profundamente saqueado y destruido como condena póstuma a la reina faraón Hatshepsut. Muchas de las estatuas de Osiris situadas ante los pilares de la columnata superior han desaparecido, así como esfinges de la avenida y figuras de la reina. Además del Templo de Hatshepsut (XVIII dinastía), se encuentran en Deir el-Bahari otros dos: el de Mentuhotep II (XI dinastía), primero del complejo en ser construido, y el de Thutmose III (XVIII dinastía).
Templo de Hatshepsut. Deir el-Bahari




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