Un interesante paseo bajo la lluvia por 240 años de la historia, el arte
y la cultura de la ciudad de Barcelona. Aunque en la actualidad se encuentra
integrado en la metrópoli, el cementerio de Poblenou fue la primera gran
necrópolis de España construida alejada de la ciudad, adelantándose a la
primera legislación española que ordenaba el entierro fuera del núcleo urbano.
Por orden del obispo Climent, se construyó en la segunda mitad del siglo XVIII,
en una zona despoblada de uso agrícola, debido a la insalubridad que causaba
inhumar los cuerpos en las parroquias, práctica habitual sobre todo entre las
personas distinguidas. Al entrar se abre ante nosotros una monumental fachada
de corte neoclásico, raramente mezclado con algunos elementos que fácilmente
reconocemos como egipcios. Fotos: Alex Guerra Terra 2012
Música: TwoStepsFromHell-FalseKing (Nemesis)
Música: TwoStepsFromHell-FalseKing (Nemesis)
En ese tiempo,
Barcelona aún era una ciudad con murallas, que comenzaba a crecer demográfica y
económicamente. Las fosas comenzaban a saturarse. La falta de infraestructura
mínima, como agua corriente o una red de cloacas, creaban grandes problemas de
salud, que se veían agravados por las prácticas tradicionales de enterramiento.
No obstante, en aquellos tiempos pocos querían ser enterrados en Poblenou, pues
consideraban deshonroso no acabar los días en sus iglesias, en sus barrios y
mucho peor, ser enterrados fuera de la ciudad. Así hasta 1813, fecha en la que
el cementerio fue derribado por orden de Napoleón, allí sólo eran enterrados
los más humildes pobladores, los abandonados y los que nadie reclamaba después
de su muerte.
Derribado
este cementerio, el terreno pasó al olvido hasta que años más tarde volvió la
necesidad de construir uno, por los mismos problemas que Climent ya había
detectado. Nuevas costumbres y modernizaciones sobrevenían en la ciudad durante
aquel tiempo. La creación de un nuevo recinto mortuorio era más urgente que
nunca, y sólo seis años más tarde de su destrucción y abandono, se construyó
una necrópolis de corte neoclásico, dividido en cuatro zonas e ideado como un
cementerio igualitario, con uniformidad de nichos e igualdad de lápidas.
Pero este
planteamiento igualitario no convenció a la burguesía catalana, cuyos miembros
contrataron a los mejores arquitectos y escultores del momento para ostentar su
poder hasta después de la muerte, creando grandes panteones y obras de arte
para sus sepulturas, por lo que a mediados del siglo XIX, tuvieron que
realizarse ampliaciones, destinando una zona del recinto a estas nuevas tumbas,
detrás de la capilla, y conocida hoy como el recinto de los panteones, un
impresionante museo al aire libre, extraña mixtura de diversos estilos.
Barcelona
se acostumbró al cementerio de Poblenou y a la nueva práctica funeraria no sin
dificultades. Al principio el malestar de los habitantes por la construcción de
la nueva necrópolis se traducía en rumores sobre robos de joyas o cuerpos de
las tumbas, y quejas por los peligros de salir extramuros y el escaso
transporte para llegar hasta la necrópolis. Aún así, ésta fue acomodándose
entre las sociedad barcelonesa, y gracias a la distancia de la ciudad al
camposanto y a las nuevas prácticas de inhumación, aparecieron nuevas
profesiones como la de enterrador y portador de difuntos, y unos años más
tarde, surgirían las primeras carrozas funerarias.
Pero tal
vez el peor momento para este camposanto había sido el vivido después de la
inauguración del cementerio del Sud-Oest, en Montjuic, a finales del siglo XIX.
Este hecho lo relegó a un segundo plano, cayendo casi en el total abandono,
aunque años más tarde, volvería a surgir sobre sus cenizas, para posicionarse ya
definitivamente entre los barceloneses.
El paisaje
dentro del recinto es impresionante, y a pesar de la tristeza del sitio, por lo
que significa, se puede a sentir la emoción que emana de todo aquel vibrante
arte. Ángeles y vírgenes compiten entre sí en belleza y misterio, pero quizá la
obra escultórica que más impacta, es El beso de la muerte, que representa un
difunto y un cadáver alado, o ángel de la muerte, que se lleva el alma del
caído al cielo, no sin una morbosa crueldad. Las cuencas oculares vacías del
ángel parecen observarnos y seguirnos con la mirada hueca; la verdad, los
vellos se me erizaron y tuve que retirar la vista de aquel rostro pétreo,
perturbado. La escultura está acompañada de unos emocionantes versos de mosén
Verdaguer. Leí los versos: Mes son cor jovenívol no pot més;/ en ses venes la
sanch s’atura y glaça/ i l’esma perduda amb la fe s’abraça/ sentint-se caure de
la mort al bes. Un catalán muy anticuado, difícil de comprender, al menos para
mí!!
Estos
espectaculares panteones, estaban reservados para las familias de la vieja
burguesía catalana. Pero conforme seguimos caminando, llegamos al sector de los
nichos, que podría haber parecido lúgubre de no ser por todas las flores
naturales y artificiales, plantas, velas votivas envueltas en plástico rojo,
pequeños frasquitos, estampitas y fotografías, cruces y cristos crucificados,
vírgenes y angelitos, que la gente había ido dejando en las aberturas y sus
pequeños estantes. Una gran explosión de color.
Pero hay
uno, uno de esos nichos, que concentra un inmenso catálogo de esas baratijas,
inclasificables de tan heterogéneas. Se ve además que los nichos de alrededor e
incluso parte de la pared de enfrente, permanecen vacíos para dar cabida a las
ofrendas que la gente deja en aquel. Es la sepultura del llamado Santet, o
santito en castellano, un joven fallecido muy prematuramente hace alrededor de
cien años, y rodeado de una arraigada leyenda urbana a causa de su bondad en
vida y los supuestos prodigios, favores y milagros que en ella obraba, y que
incluso sigue obrando, aunque nada probado documentalmente, cosa que no impide
que su tumba sea constantemente visitada y ornamentada por gentes de todo el
mundo para rogarle ayuda con auténtica veneración.
Posé mi
mirada por última vez en el nicho del santito, antes de seguir nuestro extraño
paseo, y recordé con profunda tristeza un hecho que un día alguien me contó: la
injusta desgracia que padecieron los restos mortales de todos los familiares
que Antoni Gaudí había enterrado allí. Su madre Antonia, su padre Francesc, sus
dos hermanos, Francesc y Rosa, su padrino Plácido y su sobrina Roseta, que
habían reposado en un nicho de este cementerio hasta 1994, fueron macabramente
trasladados por orden de desahucio del Ayuntamiento a la fosa común, por impago
del nicho. Acontecimientos como este no tienen explicación ni excusa posible,
según lo veo yo. Con lo que Barcelona le debe al arquitecto catalán, el
Ayuntamiento debería haberle construido a los suyos el mejor panteón del
cementerio y sin embargo, los abandonaron en la fosa común. El eterno misterio
de la ingratitud y la miseria humana.
¿Hay algo
más típico que un gato negro en un cementerio, en un día de lluvia del puente
de día de los difuntos? Pues ale!!! Allí lo tenemos, y juro que no lo trajimos
ni atrajimos, allí estaba él orondo, curioseando impávido con su mirada felina
cada paso que dábamos.
Como esta
construcción hay centenares, pero pasamos solo un rato de la mañana y mediodía.
Si os digo la verdad, es uno de esos lugares donde uno podría perderse días
tomando fotografías. Este edificio viejo, amarronado por el paso del tiempo y
las plantas naciendo de sus techumbres, me encantó, pero hay muchos más.
Escenario perfecto para un película de terror, ¿no os parece? Volveré, con toda
seguridad!!!
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