“Historias de Tocador”
muestra que en el Antiguo Egipto y en la Roma y Grecia clásicas, hombres y
mujeres ya eran esclavos del culto cuerpo. Desde la antigüedad, ambos sexos
trataron de mejorar su aspecto personal, utilizando los recursos que la
naturaleza les proporcionaba, y el uso de cosméticos, aceites perfumados,
tintes, mascarillas, postizos y pelucas, viene de tiempos lejanos. Se exhiben
los ungüentos, perfumes, maquillajes, tintes y joyas que usaban hace siglos y se
muestran algunos detalles curiosos, como que en el Egipto de los faraones, y en
la Grecia y Roma clásicas, para lavarse utilizaban una esponja empapada en
sustancias abrasivas como la raíz de la saponaria, la sosa, o la ceniza de haya
o directamente la piedra pómez. Luego se aplicaban aceites para evitar la
sequedad de la piel. Depilarse, era ya por entonces un hábito para hombres y
mujeres. Formaba parte del proceso de limpieza general y se empleaban pinzas o
una especie de cera a base de brea, aceite y una sustancia cáustica. En cuanto
al afeitado, los poetas latinos lo describen como un proceso lento, delicado y
a veces doloroso y traumático. Y es que, en la Roma imperial no se conocían las
cremas de afeitar, ni los suavizantes para navajas. Museo de Arqueología de
Catalunya, Barcelona, hasta el 17 de junio 2013.
En la Grecia clásica,
las damas (y los apuestos senadores) tenían sus trucos para lucir unos rostros
tersos y con apariencia de ser más jóvenes. Las mujeres, igual que ahora se
cubren la cara de pepino, se ponían máscaras faciales elaboradas con harina.
Por la mañana, cuando se levantaban, se retiraban el mejunje y se limpiaban con
leche. En el siglo I a.C., el poeta Ovidio, en cambio, aconsejaba a sus musas
que utilizaran mascarillas vegetales. El cuidado del aspecto viene de lejos y
es algo común en todas las épocas, según se desprende de la exposición del Museo de Arqueología de Catalunya (Barcelona).
Teñirse el pelo también
era habitual. En concreto, en Roma, las canas se disimulaban con el color
artificial. Si éste era negro o castaño, era para transmitir castidad y en
general se usaban cenizas y grasa animal. Eso sí, la gran revelación para las
romanas ricas fue teñirse de rubio para lucir cabellos dorados como las
bárbaras de la Germania que tanto seducían a sus maridos y a las legiones del
Imperio. Para ello, se aplicaba azafrán, como con el arroz, o grasa de cabra y
cenizas de haya. Las pelucas hacían furor y Mesalina, la esposa del emperador
Claudio, llegó a coleccionar más de 700, todas ellas rubias. En el caso de los
hombres, Ovidio argumentaba que un mal corte de pelo podía estropear un rostro
bello. Sobre todo la calvicie, considerada un defecto y que se disimulaba
peinando el cabello hacia delante, con postizos, pelucas o aplicando ungüentos.
Además, en la exposición
puede verse que las mujeres griegas tenían recetas contra la caspa, mucho antes
de que se inventaran los champús milagrosos. La comisaria de la exposición,
Teresa Carreras, señala que los grandes pioneros del culto al cuerpo fueron los
antiguos egipcios. «Se lavaban todos los días, inventaron la ducha y por
higiene se rasuraban la cabeza, ya que fue una época con muchos parásitos. Por
ello, para compensarlo se ponían pelucas. Y aunque las pinturas faciales son tan
antiguas como el hombre -Carreras dice que ya en el neolítico y casi en el
paleolítico se utilizaban- los que les dieron una utilización generalizada como
arma de seducción fueron las egipcias. Sin embargo, en un principio, se
pintaban los ojos para prevenir las inflamaciones oculares que provocaba el
clima ventoso del desierto y para repeler los insectos.
En Grecia y Roma era
costumbre pintarse con maquillaje muy vivo y contrastando colores. En Roma se
apreciaba tener la piel lo más blanca posible, de ahí que la cerusa o blanco de
plomo servía de base de maquillaje. Se pintaban las mejillas, los labios de
color rojo y los ojos, con galena o antimonio pulverizado. En cualquier caso,
no había que pasarse, porque maquillarse mucho estaba relacionado con la
prostitución.
La exposición se estructura
en cuatro ámbitos: El cuidado del cuerpo, Ungüentos y perfumes, El cabello y
Últimos retoques (maquillaje y joyería). El espacio museográfico, diseñado por
el escenógrafo Ignasi Cristià, muestra un juego de transparencias que devuelve
al espectador el ideal de belleza del pasado confrontado con el ideal de
belleza contemporáneo, y en ese juego descubre que nuestros cánones son
similares a los de época clásica.
Cada cultura tiene su
ideal de belleza y por esa razón para los griegos, la estética y la ética
estaban relacionadas y la belleza estaba simbolizada por una figura seductora,
la diosa Afrodita, mientras que en Roma la belleza dejó de ser una cualidad
ideal, casi sobrenatural, para convertirse en una cualidad menor, a veces
menospreciada. Sin embargo, no por ello los romanos descuidaban su aseo
personal: tomaban un baño completo cada nueve días (nundinae), comenzaban la mañana con la limpieza de la cara, los
brazos y las piernas, se lavaban los dientes con el dentrificium (polvos a base de nitrum,
sosa y bicarbonato) y finalizaban la limpieza general con una depilación, para
la que utilizaban pinzas (volsellae).
La exposición inicia su
recorrido con el cuidado del cuerpo en un espacio central que insinúa unas
termas romanas, en cuyo centro se sitúa el mosaico romano de las Tres Gracias,
hallado en Barcelona y que representa a las tres divinidades que formaban parte
del séquito de Afrodita, la diosa del Amor.
Presidiendo la exposición
como eje vertebrador de dispone la testa femenina conocida como Dama Flavia
(siglo I), que presenta el vistoso peinado que puso de moda Flavia Julia, hija
de Tito en la Roma imperial. Al lado se puede ver un peinado actual realizado
con una peluca por el equipo creativo del peluquero Raffel Pages, que ha
prestado algunas piezas de sus más de 7.000 que tiene en el Museo de la
Peluquería.
No menos sorprendente, es
la escultura púnica con un 'piercing' del siglo IV-III a.C. y un doble ungüentario
que conserva en su interior restos del cosmético que contenía y de la espátula
que se utilizaba para extraerlo. El producto, analizado en la Universidad
Autónoma de Barcelona, está formado por una mezcla de productos minerales -la
base típica de cosméticos como el köhl, todavía utilizado hoy para
maquillar los ojos-, y de elementos orgánicos como extractos de plantas,
pigmentos y grasas animales.
Con el objetivo de
establecer vínculos con la actualidad, a lo largo del recorrido expositivo se
exhiben piezas modernas como un tocador modernista, una escena de baño de
principios del siglo XX, el popular rótulo de las barberías de finales del
siglo XIX o una colección de frascos de perfume diseñados por el maestro
vidriero René Jules Lalique. La muestra, comisariada
por Teresa Carreras, ha contado con la colaboración del Museo de Peluquería
Raffel Pages y del Museo del Perfume - Fundación Júlia Bonet de Andorra. Ambos
museos han cedido piezas a la exposición y participan en las actividades
paralelas a la muestra, como un desfile de peluquería inspirada en la
Antigüedad, que se celebrará el 1 de junio de 2013.
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