Coronel Percy Fawcett |
Pronto estrenará la película “La ciudad perdida de Z” (James Gray 2016), basada en el libro de
no ficción de David Grann y que protagonizan Charlie Hunnam (en el papel
de Fawcett, que en un principio iban a realizar Brad Pitt o Cumberland, quienes más tarde
rechazaron el proyecto, quedando sí como productor del mismo Pitt) y Robert Pattinson. En 1925 el explorador
británico, coronel Percy Fawcett
(1867-1925), se aventuró en el Amazonas junto con su grupo en busca de una
antigua civilización, cuya existencia los europeos llevaban siglos intentando
demostrar, y que llamó la ciudad “Z”, sin encontrarla. En su búsqueda habían fallecido
cientos de personas y con su iniciativa, Fawcett quería hacer uno de los
descubrimientos más importantes de la historia y esperaba tener éxito allí
donde tantos otros habían fracasado. Sin embargo, la expedición desapareció en
la profundidad de la selva, y nunca más se volvió a saber de ellos. Hasta ahora,
ninguna de las expediciones que han seguido los pasos de Fawcett ha conseguido
hallar la escurridiza ciudad perdida. ¿Pero quién era Percy Fawcett? ¿Qué fue
de él?
Coronel Percy Fawcett |
El origen. El coronel
Percy Fawcett protagoniza el enigma de una de las desapariciones más
misteriosas en la historia de las exploraciones tras las míticas ciudades
perdidas. Salió
en busca de un misterio y acabó convertido en uno de los enigmas más célebres
de la historia de las exploraciones cuando intentaba descubrir en las selvas
del interior de Brasil una ciudad perdida perteneciente a una civilización
primordial, relacionada con la Atlántida, a la que llamó “Z”. Percival Harrison Fawcett nació el 18 de agosto de
1867 en Torquay (Devon, Inglaterra) y estudió en Newton Abbot, donde a pesar de
los castigos, no consiguieron cambiar su carácter, según sus propias palabras
muy reservado. En 1886, a la edad de 19 años se graduó como oficial en la Royal
Artillery y pasó su primera juventud en la guarnición de Trincomalee, Ceilán,
donde conoció a su futura esposa, cuyo padre era juez de distrito en Galle. A
principios de los años noventa regresó a Inglaterra para seguir un curso
superior de instrucción de artillería en Shoeburyness. A continuación siguió
una estancia en Falmouth y, en enero de 1901 se casa con Nina Paterson. Fawcett fue enviado al
Norte de África, donde realizó misiones para el Servicio Secreto Británico,
para luego pasar una temporada en Malta, donde gracias a la competente ayuda de
su esposa aprendió el arte de la topografía. El matrimonio regresó a Oriente en
1902 y, tras una breve etapa en Hong Kong, se estableció de nuevo en Ceilán,
donde en 1903 nació su primer hijo. La familia abandonó la isla en 1904 camino
de Irlanda. Pero la vida de Fawcett cambiaría definitivamente en 1906, cuando
le ofrecieron la posibilidad de intervenir en la delimitación de las fronteras
de Bolivia. Los límites entre dicho
país y Brasil estaban en disputa, y se recurrió a la Royal Geographic Society como entidad imparcial, para que los
topografiara y trazara. Los primeros viajes de Fawcett se centraron en este
objetivo geográfico.
Libro de textos recopilados por Brian Fawcett |
Principios en Bolivia. La historia de las
exploraciones de Percy Fawcett fue recopilada por su hijo pequeño, Brian Fawcett, que reunió sus cuadernos
de notas, ensayos y cartas en un libro titulado “Exploration Fawcett”, publicado en España como “A través de la selva amazónica”
(Ediciones B). La obra recoge las peripecias del militar en las ocho
expediciones que emprendió entre 1906 y
1925. El oficial de artillería convertido en topógrafo recorrió las
fronteras de Bolivia, Perú, Argentina y Brasil, donde en las regiones
amazónicas observó los estragos causados por la fiebre desencadenada por la
extracción y comercialización del caucho. "La falta de restricciones
convertía esa zona en el terreno de cazar perfecto para granujas y cazadores de
fortuna", se lamentaba. Aunque la esclavitud era ilegal, seguía
practicándose. "Las incursiones contra los salvajes, encaminadas a capturar
esclavos, constituían una práctica habitual”, afirmaba Fawcett. “La idea
imperante de que el “bárbaro” no era mejor que un animal salvaje explicaba
muchas de las atrocidades perpetradas contra aquél por los degenerados que eran
los jefes de las barracas". A pesar de sus propios prejuicios raciales, el
militar inglés tenía buen concepto de los indígenas: "Yo conocí más tarde
a los indios Guarayos y los encontré inteligentes, sanos e infinitamente superiores
al indio “civilizado” y borracho de los ríos. Cierto, eran hostiles y
vengativos; ¡pero piénsese en las provocaciones de que eran objeto! Mi
experiencia me ha demostrado que pocos de estos salvajes son “malos” por
naturaleza, a menos que el contacto con los “salvajes” del mundo exterior les
haga serlo".
Leyendas de la selva. Los relatos de sus primeras expediciones son una auténtica novela de aventuras selváticas en la que no faltan las clásicas historias de hombres devorados por las pirañas en un santiamén, avistamientos de animales extraños, algunos inverosímiles (una anaconda de 18 metros), emboscadas de "tribus salvajes" (que él procura resolver siempre sin recurrir a las armas) y hasta fenómenos paranormales, de los que era firme creyente, como el ataque de un “poltergeist” en una choza. "En los viajes por la selva la muerte nunca anda lejos. Se manifiesta de muchas formas, la mayoría de ellas horribles, pero algunas tan aparentemente inocuas que apenas llaman la atención, aunque no por eso son menos mortíferas". Fawcett no aclara en qué momento empezó a interesarse por las leyendas sobre ciudades perdidas en las selvas brasileñas. "En aquel entonces me hallaba muy ocupado con las exigencias del trabajo topográfico, y sólo cuando prácticamente lo hube terminado descubrí que el brote de la curiosidad arqueológica se había desarrollado y había florecido", anota sin más precisiones. En 1910, escribió en uno de sus informes a la Royal Geographical Society que había oído durante sus exploraciones testimonios de encuentros en la selva profunda con unos "indios blancos de pelo rojo", que él identificó con los supervivientes de una antigua civilización desaparecida.
Leyendas de la selva. Los relatos de sus primeras expediciones son una auténtica novela de aventuras selváticas en la que no faltan las clásicas historias de hombres devorados por las pirañas en un santiamén, avistamientos de animales extraños, algunos inverosímiles (una anaconda de 18 metros), emboscadas de "tribus salvajes" (que él procura resolver siempre sin recurrir a las armas) y hasta fenómenos paranormales, de los que era firme creyente, como el ataque de un “poltergeist” en una choza. "En los viajes por la selva la muerte nunca anda lejos. Se manifiesta de muchas formas, la mayoría de ellas horribles, pero algunas tan aparentemente inocuas que apenas llaman la atención, aunque no por eso son menos mortíferas". Fawcett no aclara en qué momento empezó a interesarse por las leyendas sobre ciudades perdidas en las selvas brasileñas. "En aquel entonces me hallaba muy ocupado con las exigencias del trabajo topográfico, y sólo cuando prácticamente lo hube terminado descubrí que el brote de la curiosidad arqueológica se había desarrollado y había florecido", anota sin más precisiones. En 1910, escribió en uno de sus informes a la Royal Geographical Society que había oído durante sus exploraciones testimonios de encuentros en la selva profunda con unos "indios blancos de pelo rojo", que él identificó con los supervivientes de una antigua civilización desaparecida.
Entrada de "Z" imaginada por Brian Fawcett |
La teosofía. Como muchos ingleses
cultos de la época, Fawcett se interesó por la teosofía, movimiento esotérico impulsado por la ocultista rusa Helena Petrovna Blavatsky, que ofrecía
una versión “alternativa” (y bastante embrollada) del pasado remoto de la
Humanidad que incluía la existencia de civilizaciones primigenias desaparecidas
como la Atlántida. Su hermano mayor,
Edward (1866–1960), era un teósofo convencido y algunos de sus amigos estaban
muy influidos por las doctrinas defendidas por Blavatsky y sus seguidores, como
los novelistas Sir Arthur Conan Doyle,
que escribiría su “El mundo perdido” a partir de las historias que le contó
Fawcett, y Sir Henry Rider Haggard,
autor de “Las minas del rey Salomón”. Precisamente fue este escritor
quien le proporcionó una de las pistas de las ciudades del Amazonas: una escultura de unos veinticinco centímetros
de alto, labrada en una pieza de basalto negro, que según él tenía inscritos
varios caracteres sobre el pecho y alrededor de los tobillos, y procedía de una
de las ciudades perdidas del Amazonas. Fawcett puso la estatuilla en manos de médiums y psicómetras para que
"captaran" reflejos psíquicos de su pasado, una “técnica” que no
sirvió precisamente para que la comunidad científica confiara en sus
investigaciones. Según sus fuentes paranormales, la figura, que era
"maléfica", provenía del continente
perdido de la Atlántida, situado entre Brasil y África, y desaparecido en
tiempos remotísimos a causa de un cataclismo que cambió la configuración de
toda Sudamérica en cuestión de días. "La relación entre la Atlántida y
algunas partes de lo que hoy es Brasil no debe descartarse a la ligera, y creer
en ella -con o sin corroboración científica- permite explicar muchos problemas
que, de otro modo, seguirían siendo misterios sin resolver", argumenta.
Uno de los folios del Manuscrito 512 |
El Manuscrito 512. La otra prueba que le
convenció de la existencia de ciudades perdidas fue un documento que actualmente
se conserva en la Biblioteca Nacional de
Río de Janeiro: el Manuscrito 512.
El texto, cuyo título real es “Relación histórica de una oculta y grande población
antiquísima, sin moradores, que se descubrió en el año de 1753”, es un informe
dirigido al virrey por parte del jefe de una expedición de “bandeirantes”
portugueses. El texto comienza explicando que la partida llevaba 10 años
recorriendo el “sertão”, los grandes territorios inexplorados del interior, y
que después de un larguísimo viaje descubrirían una cordillera de montes tan
alta que parecía que llegaban a la región etérea, que interpreto como envuelta
en brumas o niebla, como muchos picos de la selva amazónica, y cerca de allí,
el equipo divisó una gran población que por su tamaño, pensaron que sería
alguna ciudad de la corte de Brasil. El nombre del autor de la carta se ha
perdido a causa de la acción de las termitas, pero fue bastante preciso en sus
indicaciones de cómo llegar a dicha ciudad y su descripción. El acceso
era por "tres arcos de gran altura, el del centro mayor y los dos de los
lados más pequeños; sobre el grande, el principal, divisamos letras, que no
pudimos copiar por la gran altura (del arco). Detrás del pórtico se extendía
una gran calle flanqueada por casas, algunas derruidas. Varios edificios
estaban abovedados y el eco de las voces de los exploradores
"atemorizaba". La calle desembocaba en "una plaza regular",
en cuyo centro había "una columna de piedra de grandeza extraordinaria, y
sobre ella la estatua de un hombre de altura normal, con (…) el brazo derecho
extendido, señalando el Polo Norte con el dedo índice. En cada esquina de esta
plaza había una aguja a imitación de las que construían los romanos, algunas en
mal estado, y partidas, como heridas por algunos rayos". El texto
fue descubierto en 1839. La supuesta
evidencia de una gran civilización autóctona prehispánica hizo que fuera tomado
en serio y se llevaran a cabo varias expediciones infructuosas para localizar
las ruinas. Sin embargo, para cuando el documento cayó en manos de Fawcett los
eruditos brasileños ya habían llegado a la conclusión de que era un relato
ficticio.
Percy Fawcett (segundo por la izquierda) con parte de su grupo |
Tras la ciudad perdida. Pero el coronel explorador creía a pies juntillas en la realidad de lo
narrado en el Manuscrito 512. Durante sus expediciones había recopilado relatos
de nativos, caucheros y hacendados acerca de ruinas misteriosas y ciudades
abandonadas: "Sé que la ciudad perdida de Raposo -nombre que Fawcett da al autor del texto de 1753- no es
única en su género. En 1913, el cónsul británico en Río fue conducido a uno de
tales lugares por un indio mestizo (...). También se distinguía por los restos
de una antigua estatua colocada sobre un gran pedestal negro en el centro de
una plaza". Sin embargo la búsqueda de Fawcett se vio interrumpida,
ya que volvió a Europa para combatir en la Primera Guerra Mundial, pero tras la
contienda, reanudó sus investigaciones. En Inglaterra había surgido cierto
interés por su trabajo, pero no se le ofrecía ningún apoyo financiero. Al ser
ganador de la medalla de oro de la Royal
Geographical Society se le escuchó con respeto, pero conseguir que los
caballeros de edad o los arqueólogos y expertos de los museos de Londres diesen
crédito siquiera a una fracción de lo que contaba, era otra cosa. En 1920 regresó a Brasil para emprender su
primera expedición en busca de la civilización perdida, a la que llamó “Z” por razones prácticas. El viaje,
que se llevó a cabo en 1921, fue otro fracaso desde el punto de vista
arqueológico. El explorador solo consiguió recoger testimonios y leyendas sobre
fantasmales indios blancos, ruinas y edificios misteriosos situados siempre
"más lejos", o "más allá del último asentamiento
civilizado". En el rancho del coronel Hermenegildo
Galvao le contaron que un jefe indio de la tribu de los Nafaquas, cuyo territorio se hallaba
comprendido entre los ríos Xingú y Tabatinga, afirmaba conocer una ciudad
habitada por indios, con templos y ceremonias bautismales. Los indios hablaban
de casas con estrellas que las iluminaban sin apagarse jamás. También se
contaban historias de un viejo castillo -considerado incaico, no lejos del río
do Cobre- que antaño había contenido estatuas, pero que se hallaba muy
deteriorado por las actividades de los buscadores de tesoros.
En Jequié, Fawcett
conoció a un negro muy anciano llamado Elías
José do Santo, antiguo inspector de la Policía Imperial brasileña y devoto
partidario del emperador Dom Pedro. Como cortesía a su visitante, lo recibió
ataviado con su viejo uniforme de gala, y le habló de las historias que sobre
una ciudad perdida se contaban en el curso del río Gongori. Allí, se hablaba de
unos extraños y esquivos indios pelirrojos
y de piel clara, y de una ciudad encantada que atraía al explorador más y más
cerca hasta que de repente, cual un espejismo, se desvanecía. En efecto, las
ciudades perdidas se desvanecían cada vez que Fawcett llegaba a los lugares en
los que debían de encontrarse sus ruinas. "¿Por qué hemos de suponer que
las ciudades antiguas, si es que existen, deben estar necesariamente en la
misma región donde se dan tradiciones que hablan de ellas?”, reflexiona el
frustrado aventurero, llegando a la conclusión de que los indios no poseían un
concepto de la distancia, lo que a veces producía la impresión de que algo
lejano se hallaba relativamente cerca. El fracaso de la partida de 1921 le
causó cierta desazón: "Después de la expedición al Gongogi, dudé por un tiempo
de la existencia de ciudades antiguas, pero más tarde contemplé unos
restos" -de los que no añade más datos- "que demostraban la veracidad
de, como mínimo, una parte de los informes. Aún existe la posibilidad de que
“Z” -mi objetivo principal-, con sus restos de población, resulte no ser otra
cosa que la ciudad de la selva descubierta por la bandeira de 1753". Un
primer intento de conseguir fondos para el siguiente viaje de exploración
fracasó cuando el encargado de recoger el dinero en EE UU, un amigo del
coronel, se lo gastó casi todo en una borrachera de seis semanas. En Londres,
el propio Fawcett se hizo cargo de las gestiones y logró "atraer el
interés de varias sociedades científicas", además de vender los derechos
de publicación de la historia a la North
American Newspaper Alliance.
Recorte de periódico de la época anunciando la desaparición de Fawcett |
La última expedición. Por fin, en 1925 Fawcett
pudo emprender la que creía que iba a ser su expedición definitiva. Convencido
de que los grupos numerosos de exploradores eran vistos por los indios como una
agresión, decidió viajar acompañado solo por su hijo mayor Jack, y el mejor
amigo de éste, Raleigh Rimmell. La partida se completaba con dos asistentes
locales que regresarían a la civilización cuando el grupo fuera a penetrar la
selva inexplorada. En los capítulos finales de “A través de la selva amazónica”,
Brian Fawcett reconstruye el viaje final de su padre a partir de las cartas que
le enviaron los expedicionarios. El 20 de mayo, en una carta firmada en Puesto
Bacairí (Mato Grosso), el coronel Fawcett relata el encuentro con un tal "jefe indio Roberto" que,
bajo "los efectos relajantes del vino", le confirma la existencia de
las ciudades y le explica que las construyeron sus antepasados. "Tiendo
más bien a dudarlo -comenta el explorador-, pues Roberto, como los indios
Mehinaku, es del tipo moreno o polinesio, y yo asocio las ciudades con el tipo
rubio o pelirrojo". La última misiva está fechada el 29 de mayo de 1925.
En ella el aventurero se muestra preocupado por Raleigh, que lleva la pierna
vendada y se niega a regresar. "Calculo que entraremos en contacto con los
indios dentro de una semana o diez días, cuando consigamos llegar a la cascada
de la que tanto te he hablado”. La carta concluye con la frase “no debes temer ningún fracaso".
Son las últimas palabras que se conocen del aventurero inglés, porque nunca más
se volvió a saber del grupo. Desde que se dio a conocer la desaparición de
Fawcett empezaron a florecer los testimonios de viajeros, exploradores y
misioneros que aseguraban haberlo visto. Unos se lo encontraban convertido en
un vagabundo enloquecido en un pueblo remoto, mientras que otros lo descubrían
prisionero de una tribu salvaje. Otro explorador afirmaba que los tres
expedicionarios habían sido asesinados por los indios Kalapalo. Unos
encontraban a Fawcett estupendo de salud, mientras que otros se topaban con su
cabeza reducida decorando la cabaña de un jefe indio. Pero las expediciones que
se organizaron para dar con él o sus restos, por lo menos 16, nunca encontraron
nada.
Nina Paterson |
Para completar el
cuadro, las inclinaciones místicas del desaparecido alimentaron las
explicaciones 'alternativas', la primera de su propia esposa, Nina Paterson, que afirmó haber
recibido hasta 1934 mensajes telepáticos de su marido, según los cuales estaba
prisionero de los indios pero gozaba de cierta libertad y seguía trabajando. La
médium irlandesa Geraldine Cummins escribió un libro en el que relataba sus
contactos telepáticos con el aventurero, que había encontrado restos de la
Atlántida pero había enfermado. Fawcett tuvo la gentileza de notificarle
mentalmente su fallecimiento en 1948. La explicación más reciente, aportada por
el director de documentales Misha Williams en 2004, añade más confusión, pues afirma
que Fawcett y sus acompañantes simularon su desaparición para fundar en algún
lugar inalcanzable de la selva una comuna basada en principios teosóficos. En cuanto
a la ciudad perdida de “Z”, Brian Fawcett anotó en 1953 que "el área donde
se suponía estaba ubicada ha sido sobrevolada regularmente en años recientes
por las líneas aéreas del país, y nunca se han avistado rastros de una ciudad
antigua". Él mismo realizó varios vuelos de exploración y solo encontró
formaciones rocosas naturales que, desde lejos, parecían pirámides y torres.
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