Texto: Alex Guerra Terra. Fotos: Miguel
Bernabé. Chaouen, Chauen, Xauen, o Chefchaouen, "los cuernos de la
montaña" en referencia a los dos picos visibles desde la ciudad, fue
fundada en la región de Tánger-Tetuán según unos por moros exiliados de
Al-Andalus en un emplazamiento bereber hacia el 1300, aunque según otros, lo
fue en 1471 por Mulay Alí Ben Rachid, quien la aprovecharía para lanzar desde
aquí los ataques contra los portugueses de Ceuta y Alcazarquivir. Lo que parece
seguro, es que su esplendor lo conoció a partir de la llegada masiva de moriscos
expulsados de Andalucía, quienes la convirtieron en su ciudad santa. Chaouen es una
ciudad enmarcada por una muralla construida para protegerse contra las
invasiones portuguesas del norte de Marruecos, abrigada
y oculta por las montañas, construida sobre un fértil valle con numerosas
fuentes que manaban de la montaña, las cuales aseguraban el abastecimiento de
agua en caso de asedio, por lo que su emplazamiento no fue fruto del azar. Al
amparo de la primera kasbah, el pueblo fue creciendo alimentado por las
sucesivas oleadas de refugiados moros andaluces, entre los que también se
encontraban familias judías sefardíes, que fueron expulsados de sus tierras
tras la progresiva disminución territorial y posterior caída del reino Nazarí
de Granada, último reducto musulmán de la península. Es por ello, que algunas
fuentes atribuyen el origen de la ciudad a estos primeros exiliados que
llegaron a tierras rifeñas a finales del siglo XIII y principios del XIV. Pero
fue en los siglos XVI y XVII que la llegada de los moriscos que huían de la
represión y la nueva reconversión forzosa tras la sublevación de las Alpujarras
y tras su expulsión definitiva, que motivó que la ciudad siguiera creciendo en
barriadas sucesivas que fueron trepando por la montaña. Al llegar al lugar, lo
primero que me llama la atención es el aspecto andaluz de la ciudad, aunque eso
sí, del viejo Al-Andalus. Fue gracias al secular aislamiento vivido por
la ciudad durante siglos, que su trazado y arquitectura han mantenido su
fisonomía medieval. Música
Chaouen: ciudad de puertas. Pero en la ciudad
nos encontraremos sobre todo puertas. Para adentrarnos, deberemos utilizar una
de las siete que atraviesan la muralla, cada una con un estilo distinto, y un
nombre propio: "bab el mkadm", "bab el aain", "bab el
hamar", "bab el mahroc", "bab el onsar" y "bab el
soc". Es la ciudad de las puertas: puertas musulmanes, puertas judías y cristianas;
puertas nuevas y viejas; puertas al final de un estrecho pasaje y puertas
detrás de puertas; todo de azul añil y blanco de cal, cada una de ellas, una
obra de arte. Caminando por la ciudad podemos encontrarnos incluso puertas
surrealistas, y si rebuscamos, hasta podemos ver alguna puerta que no tiene
puerta. Aún se conserva la de la casa del primer emigrante llegado de
Andalucía, una casa de cuatro puertas, una en cada lado, prácticamente un
palacio, pero actualmente dividida en cuatro casas. También encontramos
infinidad de inevitables escaleras, fuentes de agua fresca, pasajes
laberínticos y estrechos túneles que unen sus calles sinuosas, oscuras y
empinadas, salpicadas de tiendas, artesanos y comerciantes. Primando entre
ellas el color azul, mezcla de cal y el colorante añil azul, es por eso que se
la conoce también como la “ciudad azul”. Fue, y sigue siendo, un punto de
encuentro entre culturas, una ciudad cosmopolita donde se pueden escuchar
varios idiomas a la vez. Cuenta un visitante de los primeros tiempos: “Un moro miraba
a los galones y saludaba, "Salaam aleicum". Un judío sefardí canturreaba
en viejo romance "Dios os guarde". Un montañés nos lanzaba una mirada
preñada de odio y echaba mano a la empuñadura de cuerno de su gumía; nos miraba
y escupía despectivo en medio de la calle.” Desde su fundación, las leyendas
rodearon el lugar, debido en gran parte a que alojó a los perseguidos y
expulsados de la época, quienes la consideraron ciudad santa, y prohibida para
los cristianos. A medida que cae la noche las calles medievales de Chaouen
comienzan a quedar vacías, y en el interior de las casas, no es difícil
escuchar los susurros de algunas de las más extrañas historias sobre su pasado.
Furtivos en la ciudad prohibida. Hasta
principios del siglo XX sólo tres visitantes extranjeros conocidos lograron
traspasar las puertas del blad es siva (“territorio insumiso”), atraídos por la
aureola de inaccesibilidad, aventura y fanatismo del lugar. Sin embargo, sólo
dos de ellos sobrevivieron para contar su historia. El aislamiento y el
fanatismo religioso de sus habitantes eran famosos. Odiaban literalmente a los
extranjeros, sobre todo cristianos, lo que no es difícil de entender conociendo
la historia del poblamiento de la ciudad.
Incluso la pequeña comunidad judía, de origen sefardí, que habitaba la
ciudad desde sus inicios, vivía entonces en unas condiciones de convivencia con
la mayoría musulmana, mucho más hostiles y precarias que en el resto de
ciudades marroquíes, morando prácticamente confinados en su barrio, y exponiéndose
a continuas vejaciones y agresiones si osaban salir de la mellah. Incluso hoy
en día son repudiados, y la mayoría han emigrado. Foucauld, uno de estos tres primeros
visitantes extranjeros, se hace eco de estos hechos ya que, al ir vestido de
judío para poder acceder a la ciudad, lo sufrió en sus propias carnes durante
su corta estancia. Tan inquietantes eran las leyendas de la “ciudad prohibida”,
que estos occidentales, aún conociendo los peligros, hicieron los más
pintorescos esfuerzos por visitarla. El primero del que se tiene conocimiento,
fue el mencionado hermano Charles de Foucauld, un místico contemplativo francés,
referente contemporáneo de la llamada “espiritualidad del desierto”, que se
coló en 1882 a lomos de una mula y disfrazado de rabino. Él nos narra así su
llegada: "La ciudad, metida en un
recodo de la montaña, se descubre sólo en el último momento; se suben los
primeros escalones de la cadena, se llega a la muralla rocosa que la domina, se
costea penosamente su pie en medio de un dédalo de enormes bloques de granito donde se abren profundas cavernas. De
pronto, aquel laberinto cesa, la roca se hace un ángulo, y a cien metros de
allí, adosada, por una parte, a montañas cortadas a pico, bordeada, por otra,
de huertos siempre verdes, aparece en la ciudad." ("Viaje a
Marruecos 1883-1884").
Expulsados: el origen. Pero
la agresividad y hostilidad desenfrenadas de estos primeros habitantes contra
los cristianos está más que justificada. En la península, existen historias
realmente violentas de acciones contra los moros expulsados, que luego huyeron
hacia Marruecos, especialmente Chaouen, totalmente habitada pro ellos. Muchos
lugares habían sido fortificados por los moriscos con la ayuda de turcos y
berberiscos, aventureros que habían llegado expresamente para ayudarles (y que
luego protagonizarían acciones de piratería contra toda nuestra costa
mediterránea). Todas estas familias habían llevado consigo no sólo sus ganados
sino también sus ahorros y joyas. Eran moriscos pacíficos, pero los cristianos
viejos recelaban de ellos, considerándolos espías o conspiradores. Cuando
decidieron atacar a los moriscos, no fue realmente una cruzada, sino una
ocupación lucrativa, una manera de aumentar su caudal, ya que los jefes militares
cobraban la quinta parte de todo lo tomado al enemigo. El “negocio” no podía
ser más tentador para los cristianos, cuyo deseo de lucro hizo que se enrolara
cuanto hombre pudiera empuñar las armas. Los rebelados ofrecían un certero
blanco a la arcabucería cristiana, y pronto fueron reducidos, robadas todas sus
pertenencias, y tomados prisioneros todos, inclusive miles de mujeres y niños. Los
que pudieron, huyeron o fueron expulsados al norte de África, y muchos de
estos, con todo el odio en el cuerpo, habitaron la pequeña y tranquila ciudad
de Chaouen, aislada por siglos con el recuerdo de sus orígenes muy presente en
sus corazones. Este secular aislamiento tuvo un pequeño paréntesis, que
no auguraba más que su inminente y definitivo final, con la ocupación de la
ciudad por parte de las tropas coloniales españolas, que se establecieron en
ella en 1920, para instalarse, tomar el control de la zona norte e instaurar el
protectorado, poniendo fin a casi cinco siglos de aislamiento. Entre 1924 y
1926, durante la guerra del Rif, Abd-el Krim consiguió expulsar a los
españoles, pero éstos no tardaron en ocupar nuevamente Chaouen en septiembre
del año 1926 como parte del Marruecos español, así que el líder rifeño no
regresó a la ciudad hasta después de la independencia marroquí en 1956.
Mezquita de los Bigotes. Deambular sin rumbo
por los callejones estrechos y a menudo empinados, descubriendo rincones,
patios, puertas de todos los estilos pero casi siempre azules, tramos de
escaleras que se pierden tras un recodo, suelos pintados del mismo color azulón
que los zócalos de las casas, olivos centenarios de tronco atormentado que
subsisten como islas, sigue siendo un ejercicio sumamente reconfortante en
Chaouen. ¡Ah!, y no hay que preocuparse por ese pasado de hostilidad hacia los
cristianos, ya que en la actualidad los chauníes son muy hospitalarios, siempre
dispuestos a orientarnos, acostumbrados al turismo, y más amables incluso que
otros ciudadanos marroquíes. Resulta una escapada pues, muy reconfortante y
tranquila. Solamente en la zona de las mezquitas las calles cambian el azul por
el naranja, más similares a los colores originales de estos edificios, lo que
hace que en las puestas de sol destaquen sobre el resto de la ciudad que se
tiñe con los colores cálidos de la luz del atardecer. Una maravilla para
los sentidos. Situada en una colina al este de Chaouen, La Mezquita de los
Bigotes fue construida por orden del gobernador de Ceuta, Fernando Capaz,
encomendando la obra a un hombre con un gran mostacho, motivo por el cual se la
conoce como mezquita del Buzafar, que en árabe clásico, significa “bigotes
grandes”. Su construcción data de inicios de los años 30 como iglesia católica,
pero con el golpe de estado e inicio de la guerra civil, dejó de practicarse
el culto religioso, quedando abandonada hasta llegar a un estado ruinoso. Posteriormente
se restauró para dejarla como mezquita aunque continúa sin practicarse culto
alguno y sólo sirve como una buena atalaya para contemplar las puestas de sol
sobre Chaouen.
Aromas del pasado. La ciudad emana un
aroma especial, y ojo, no precisamente el del producto estrella de la región,
el hachís, que inevitablemente nos ofrecen de tapadillo por todos los recodos
habidos y por haber de las intrincadas callejuelas. La mayoría de los barrios
siguen contando con su propia mezquita, su hamán y su horno público, al que las
mujeres continúan dirigiéndose con sus piezas de harina recién amasada para que
el propietario del horno las cueza, a cambio de quedarse con una pieza por
cliente, a modo de pago. En cualquier vericueto de las calles del barrio de
Suika, que ocupa la zona baja de la medina, las montañesas siguen ofreciendo
los huevos y hortalizas que producen y las plantas aromáticas, muy aromáticas y
codiciadas por la población local, que recolectan, embutidas en vestimentas
tradicionales y coronadas con el característico sombrero de paja de ala ancha,
con o sin adornos de lana. Como antaño. Los pequeños comercios de los
callejones que bajan de la plaza Outa el Hammán, centro neurálgico de la
medina, hacia Bab el Ain, orientados en su mayoría al comercio autóctono,
siguen estando atestados de actividad durante todo el día, y en ellos podemos
encontrar de todo, desde mantequilla recién hecha y aceitunas de todos los
colores y aderezos, hasta cualquier clase imaginable de frutos secos, que nos
servirán en un cucurucho de papel de estraza. Al sur de la ciudad, el Barrio de
los Molinos es uno de sus más bonitos rincones. El río salta entre los
peñascos moviendo las ruedas de los molinos y, en medio de los frondosos
árboles, corre por los canales descubiertos la cristalina agua, tesoro del
pueblo. Debajo de los altos cortados del Magot, brota abundante y cristalina,
surte la ciudad, riega la huerta y muere en el Lau después de haber movido
todos los molinos. Aquí sólo huele a agua fresca, muy fresca.
Despedida a Chaouen. Chaouen sigue
teniendo personalidad propia, pero los cambios en los últimos años se están
produciendo a una velocidad de vértigo, acrecentada por las facilidades de acceso
a la ciudad, situada a hora y media o dos de Ceuta, y por sus módicos precios
que atraen cada vez más al turismo. La ciudad corre el serio riesgo de
convertirse en un maniquí de escaparate: perfección estética por fuera, pero
vacía de contenido. Por ello, recomendamos una visita cuanto antes. La
imborrable huella de la luz que proyectó Al-Andalus, su pensamiento, sus
cadencias y sus aromas, duermen bajo sus calles y laten dentro de las almas de
sus gentes amables. Esta visita es una oportunidad y un desafío para los
sentidos, un encuentro donde se refunden los pilares de una cultura única y
singular, la del mediterráneo sud-occidental, donde acababa el mundo conocido,
y donde confluyeron infinidad de culturas, suponiendo el crisol de la fusión de
todo el mediterráneo, el norte de África y oriente. Es un Reino de calles
azules y blancas, sobre todo azules, que te persiguen con sus estrecheces y
juegan contigo para perderte entre sus siete puertas. Cuando cae la tarde y los
carpinteros, artesanos y comerciantes rematan sus últimos trabajos, un olor
proveniente de finas pipas de madera abandona las puertas entreabiertas y se
cuela por los callejones para perfumar las paredes que esconden el azul del
cielo hasta la mañana siguiente, junto a un murmullos de historias pasadas. Chaouen
se imprime en nuestros ojos y en nuestra piel como un tatuaje imborrable.
Chaouen: ciudad azul. También denominada
"La perla del norte", es una ciudad de cautivadora belleza, a lo que
contribuye su arquitectura de diseño popular mediterráneo, con los azules y
añiles de sus puertas centenarias y los blancos añilados de las paredes, éstas
cubiertas con capas y capas y más capas de cal. Las gentes de Chaouen pintan
las paredes y los suelos de las casas varias veces al año, e incluso el suelo
de las calles, coincidiendo con los cambios de estación y las celebraciones
anuales. Este trabajo casi obsesivo, cuyo objetivo es purificar, higienizar,
aportar frescor y ahuyentar a los insectos, ha forjado la singularidad de la
población. Las brochas atadas a palos de escoba como prolongación de los brazos
se usan para pintar las zonas más altas, pero allí donde no llegan mantienen
sus colores ocres amarillos y rojizos. Como las capas de pintura no se dan el
mismo día, los habitantes de Chaouen consiguen sin quererlo una variedad de
matices de blancos, azules y añilados sorprendente, pero siempre dentro de los
colores tradicionales. Su luz ha sido inspiración para famosos pintores como
Eugène Delacroix, Mariano Fortuny o Henri Matisse, y su misterio para
escritores como Paul Bowles.
Zhora y Mulay Alí Ben Rachid. Cuenta la leyenda
que cuando España era territorio musulmán, Mulay Alí ben Rachid se enamoró de
Zhora (Catalina Fernández), una muchacha de Vejer de la Frontera (Cádiz).
Cuando fueron los musulmanes expulsados de la península, para paliar la
añoranza que su amada tenía de su pueblo, el emir construyó uno a su imagen y
semejanza: Chaouen. A pesar de que las dos ciudades ya estaban hermanadas por
esta bella historia de amor, en julio del año 2000 se constituyó el hermanamiento
oficial de ambas.
Si el
recinto amurallado que forma la medina es de gran interés, la ciudad nueva es
absolutamente prescindible. Sin embargo, por mencionar algo, es curioso visitar
la Plaza de Mohamed V, antigua Plaza de España, con ese aura de época colonial
que aún se adivina en ella. Allí se encuentra aún el edificio de la antigua
iglesia, y los diseños de los jardines y fuente de la plaza, son obra de nuestro
artista Joan Miró, aunque en la actualidad se encuentran en un considerable
estado de abandono y deterioro.
Bonito relato que no ha hecho más que aumentarme las ganas de empaparme de esta ciudad....voy este verano a Marruecos con el único objetivo de descubrir su pasado morisco... Después de leerte veo que merecerá la pena quedarme unos días deambulando sin prisas en chaouen.
ResponderEliminarGracias por haberlo compartido...
Un saludo
Un saludo.