Puerta de la Capilla de Santa María de Palau donde reza: "Domus Dei et Porta Coeli" (Casa de Dios y Puerta del Cielo) |
Los míticos caballeros templarios también
fueron poderosos en Barcelona,
donde en 1134 establecieron uno de sus cuarteles generales del Mediterráneo. La
encomienda barcelonesa de los monjes guerreros se instaló ese año, poco después
de su creación en 1129 por Hugues de Payns en el Concilio de
Troyes, y de su paso por la capital
catalana queda actualmente un último vestigio de lo que fue capilla de la encomienda,
en la calle Ataülf, hoy parroquia de Santa
Maria de Palau, gestionada por los jesuitas. Se trataba de una amplia
finca recibida en donación por Jaime I el Conquistador, conocida como las casas
de Gallifa, que incluía un muro y torres de la antigua muralla romana, cerca de lo que había sido el castillo Regomir, y una misteriosa puerta, hoy en calle Timó, que les permitía acceder a la encomienda templaria y sus instalaciones, donde
se dedicaban a la banca, el comercio, la industria y la especulación
parcelaria. El conjunto debió tener en su origen un perímetro aproximado de 450
metros, de los cuales unos 200 pertenecían al tramo de muralla al que se
adosaron los primeros edificios, y constaba de un patio central con acceso
directo a la capilla, edificios anexos a la misma y otros que fueron
construyéndose aprovechando el contexto de la muralla romana. Texto: Alex Guerra Terra, Fotos: Maximus Hermes
Fachada de la Capilla de Santa María de Palau |
Ya en 1150 se cita que
la Orden del Temple posee “la casa de Barcelona” en la que reside el Gran
Maestre de España y de Provenza Pere de Rovera, y algunos autores apuntan a que
este primer emplazamiento estuvo en lo que actualmente es la Casa de l’Ardiaca,
donde construyeron una casa fortaleza adosada a la muralla al final de la
actual calle del Bisbe, hoy Instituto Municipal de Historia. Pasados los
primeros años ya no era precisa aquella fortaleza para proteger el acceso al
recinto amurallado de la ciudad dado que el peligro musulmán había pasado.
Asimismo, la proximidad de la sede del Obispado, con el que tuvieron algunos
roces dada la autonomía templaria confirmada por la bula papal Militia Dei, les
hizo trasladarse al otro extremo del recinto amurallado cercano al castillo del
Regomir, lugar que hoy en día se conoce como los últimos vestigios templarios
de Barcelona. Esta nueva ubicación la posibilitó, según algunas fuentes, la
donación de Bernat Ramón de Massanet y su hijo Berenguer (23 de abril de 1134)
al otorgar “la mitad de las casas, con la muralla y las torres, con un patio y
un pozo, situadas al lado meridional de la ciudad, en las llamadas Casas de
Gallifa y cerca del castillo de Regomir”, que muchos aseguran fue una donación
del propio Jaime I el Conquistador, y a las que se sumaron otras dependencias
cercanas al primer enclave, así como en la montaña de Montjuic y Sant Boi de
Llobregat. Basándonos en descripciones documentales y algunas pinturas y
grabados de mediados del siglo XIX obtenemos una visión no muy coherente de lo
que alguna vez fue esta encomienda. Se observan edificios demolidos y otros
que, tras haber pasado por diversos propietarios, modificaron estructuras y
dependencias, hasta que llegado el año 1859 la piqueta acabara con todo resto
arquitectónico, definitivamente destruido en 1866, y diese paso a la
remodelación del barrio.
Fachada de la Capilla de Santa María de Palau |
Capilla de Santa Maria de Palau. Sin embargo, quedaron algunos vestigios de
indiscutible estética templaria: la puerta de la calle Timó, y la vieja capilla
de la encomienda, la Capilla de Santa Maria de Palau, edificada entre 1246 y 1248 por el Comendador Pere
Gil, al serle concedido por el obispo y el capítulo de Barcelona el permiso
para edificar una capilla y el cementerio, actualmente atendida por los jesuitas
y conocida también como “Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria” (con entrada
por la calle Ataülf número 4), a escasos metros de la calle Templers a su vez
colindante con la calle Palau, nombres que nos dan el valor referencial de la
existencia y la delimitación de lo que fue la encomienda. En estos restos, se puede apreciar la huella inconfundible y rasgos
típicos de la arquitectura, la estética y la simbología templaria. En su interior, todavía se pueden observar los restos
de algunas decoraciones originales, como unos estantes justo a la puerta de
entrada que se adentran en las propias piedras del muro. La iglesia consta de
una sola nave y cabecera plana, orientada al sudoeste, inusual en la normativa
medieval, que era de orientación levantina, y la cruzan cinco arcos ligeramente
apuntados dividiéndola en seis sectores. Actualmente el ábside es
semi-hexagonal, pero originalmente era plano, con techo a dos aguas y soportado
por vigas de maderamen. Es curioso constatar cómo en este convento urbano, quizás
uno de los mas importantes del Principado, se optó por este tipo de
construcción plana, de una sola nave, arcos diafragmados (que se observan en
muchas capillas templarias) y cubierta de madera.
"Domus Dei et Porta Coeli" (Casa de Dios y Puerta del Cielo) |
Esto implica que se
optó por formas autóctonas, contrastando con otras importantes iglesias de la
Orden como las de París o Londres en las que sus plantas son radiales. Una
carta de 1250, referente a un establecimiento de la Orden, firmada entre otros
por “fratris Guillelmi capellanus domus templi de Barchinona”, hace suponer que
siempre fue atendida por un sacerdote de la Orden, si bien diversas
circunstancias apuntan que su función no fue meramente de uso privado sino
inmersa en un contexto parroquial relevante. Frecuentemente la Orden, y previo
acuerdo obispal, efectuaba obras pastorales, en especial en zonas de Barcelona
cuya población aumentaba rápidamente. Se creaban nuevos barrios extramuros y
conventos en zonas limítrofes al casco urbano. Prueba de ello es el documento
autorizando la construcción de la capilla y cementerio donde se inscribe este
aspecto parroquial, indicando qué ciudadanos tendrían derecho de sepultura y
cómo se repartirían los bienes del finado entre la Orden y el Obispado. Según la leyenda, cuando el Papa firmó la orden de disolución, los
campanarios de las iglesias de todos los templarios se agrietaron, con
excepción de la Capilla del Palau. Quizás tenga algo que ver con la inscripción
que hay en la puerta de la Capilla: “Domus Dei et Porta Coeli”, que significa
“Casa de Dios y Puerta del Cielo”, un lugar místico donde los templarios
recibían la iluminación de Dios.
Capitel izquierdo de la puerta de la capilla |
Las actividades de la Orden. Como hemos mencionado más arriba, las actividades de
la Orden en Barcelona se centraron principalmente en la banca, el comercio, la
industria y la especulación parcelaria. Poseían diversos molinos en las
cercanías de la ciudad tanto de grano (Llobregat y Sant Boi) como para usos
industriales (“molins drapers” en Sant Pere de les Puel.les), pero una de las
más relevantes prebendas de las que gozaba el Temple era el lucro de concesión
real sobre la acuñación de moneda, de la que se sabe que entre febrero de 1208
y noviembre de 1211 ascendió a más de ocho mil sueldos, cantidad nada
despreciable. Además, a finales del siglo XII y principios del XIII comenzaron
a poblarse distintos puntos en las afueras de la ciudad a los que se llegaba
por caminos que partían de las puertas de la muralla. Encontrándose la
encomienda adosada a ésta, fue la ocasión para, mediante compras y permutas,
hacerse con terrenos en esa zona y especular, al igual que lo hicieron familias
económicamente poderosas como los Montcada. Se urbanizó el sector comprendido
entre las actuales calles de Avinyó y Ramblas, correspondiente a las calles
D’en Carabassa, D’en Serra, Dels Còdols y colindantes. El puerto fue de
especial interés en las actividades económicas de la Orden, si bien está
escasamente documentada en cuanto a negocios navieros. Existe constancia, sin
embargo, del provecho que obtuvo la orden y de sus buenas relaciones con
navegantes de la época, en especial con aquellos que seguían las rutas de
oriente.
Capitel derecho de la puerta de la capilla |
A. J. Forey en “The Templars in the Corona de Aragón” apunta la existencia de un documento datado en 1282,
con estipulaciones y convenio entre un armador y el Comendador del Temple para
el transporte, presumiblemente a Tierra Santa, de cinco frailes y de 45 a 50
caballos y mulas. Sobre ese año, el Comendador de Palau-solità se trasladaba a
Barcelona para fijar su residencia. La Corte de Barcelona era centro de poder
en aquel momento y el interés de la Orden por estar próxima a ella era
evidente, quedando la encomienda del Vallés como lo que siempre había sido y
continuó siendo, un asentamiento eminentemente agrícola, sin perder por ello la
titularidad y ser oficialmente la encomienda de Barcelona, una prolongación de
la de Palau-solità. Estuvieron ambas propiedades administradas por el mismo
preceptor con el título de “Comendador de Barcelona”, si bien en muchos documentos
se indica también como “Comendador de Palau-solità o Salatà”. Ejemplo de ello
se encuentra cuando Pere Gil firma dos documentos en el mismo acto, con fecha 8
de junio de 1225, uno como “Comanador de Barcelona” y en el otro como
“Comanador de Palau del Vallès”. Otro ejemplo lo encontramos en la escritura
rubricada por B. de Burg, en 1262, ofreciéndose en cuerpo y alma al Temple de
Barcelona poniéndose en manos de fray Pere Penyoret, comendador de Palau-solità
(pergamino 1.691 - Jaume I, Archivo de la Corona de Aragón, en Barcelona).
Puerta de la calle Timó al final de un largo pasadizo |
Jaime I el Conquistador y la Puerta de
calle Timó. Fueron muy numerosas las prebendas reales que recibieron los
templarios, desde diezmos hasta rentas anuales. Los acuerdos con propietarios
de hornos y puestos de mercado, para vender los productos provenientes de sus
explotaciones agrícolas y sus excelentes relaciones con banqueros judíos del
vecino barrio del Call, ha llevado a algunos estudiosos a determinar que entre
ambos colectivos constituyeron los motores económicos de la época. ¿Pero cómo,
por qué poseían los templarios el favor real? La historia se inicia en la
batalla de Muret, ofensiva acontecida el 12 de setiembre de 1213 con motivo de
la cruzada albigense, cuando la tropas de Felipe II de Francia lideradas por
Simón de Montfort hirieron de muerte a Pedro II el Grande, padre del que sería
Conde-Rey de la Corona de Aragón, (Corona Catalano-Aragonesa), Jaime I el
Conquistador, y uno de los personajes más exitosos de la historia de este
imperio. Ante la muerte de Pedro II, Jaime sería educado hasta la edad de nueve
años por los templarios en el Castillo de Mozón (Huesca) con lo que recibió
cierta influencia y ascendencia por parte de ellos a lo largo de toda su vida,
llegando incluso a ser ayudado por la orden en algunas de las batallas y
contiendas más importantes que se realizaron con motivo de las conquistas de
Valencia, Mallorca y Murcia. Por todo ello, a título de agradecimiento y por
sentir especial devoción hacia ellos, el Conde-Rey donó posesiones y
territorios a la orden templaria y en Barcelona autorizó la apertura de una
puerta que les permitiera cruzar la muralla de la ciudad, sin control alguno, a
fin de que pudieran acceder a la encomienda templaria y a sus instalaciones.
Puerta de la calle Timó |
Disolución de la Orden de los Templarios. En el año 1291 la Orden de los Templarios perdía Tierra Santa y en 1307
eran detenidos en Francia, y De Molay, el último Maestre, era juzgado y muerto
en la hoguera siete años más tarde (1314) junto a otros caballeros. Al
desaparecer la Orden, luego de la muerte de sus dirigentes (su disolución
oficial se produjo a través de la Bula del Papa Clemente V -Vox Clamantis-) sus
propiedades en Barcelona, pasarían a formar parte del Palau Reial Menor a manos
de los caballeros hospitalarios (Caballeros del Hospital de San Juan
de Jerusalén, hoy Orden de Malta)
temporalmente ya que en 1328 cedió sus derechos al obispado de Vic, y fue adquirido en 1367 por Pere el Ceremoniós, que lo destinó a
residencia de la reina Leonor de Sicilia,
quien empezó la construcción de su propio palacio en terrenos de la antigua
encomienda barcelonesa, forzando al obispado de Vic a ceder también la iglesia
(1370), que pasó a ser la capilla del Palau Menor o Palau de la Reina. De ahí
que en el siglo XIV hubiera dos palacios reales en Barcelona, el “oficial” y
este otro, auténtica residencia del monarca y su familia, tan espléndido que
llegó inclusive a tener zoológico propio. Como curiosidad diremos que la actual
calle Ataülf era anteriormente conocida como “Devallada dels lleons”, es decir “Bajada
de los Leones”, animales con los que también contó el mismo. Así se conservó
durante siglos lo que había pertenecido a la Orden Templaria hasta que, tal y
como hemos comentado, a finales del siglo XIX, la demolición total del barrio
arrasó estos últimos vestigios. Fue durante este periodo de nueva urbanización de la zona, cuando más
profundamente se remodeló la capilla, tapiando la puerta principal sita en el
lado del evangelio, y que daba al patio de la encomienda. Las ménsulas y la
arquivolta románica se reutilizaron en la apertura de la actual puerta, casi el
único testigo de la época. Se abrieron, en el muro de levante, dos de los tres
ventanales que hoy se distinguen, encontrándose el original en el punto más
cercano a la actual puerta. La remodelación del ábside cegó las puertas que
llevaban a la sacristía convirtiéndola en la estructura semi-hexagonal que hoy
se aprecia.
Recientes remodelaciones. Sobre 1920, se edificó una planta encima de la
capilla, eliminándose un cimborrio construido en el siglo XVI por la familia
Requesens, que actualmente es utilizada como biblioteca de la comunidad Jesuita
que la custodia. Las recientes obras de acondicionamiento de julio-agosto 2001,
recuperaron tanto el interior como la fachada de la iglesia, adecentando la
estructura pétrea y retirando pintadas y otros actos vandálicos. Del Palau
Reial Menor de antes de 1847, existe una descripción realizada por un guía
turístico antes de que fuese demolido el conjunto, recopilada por Carreras
Candi en el apartado “Ciutat de Barcelona” de la “Geografía General de Catalunya”:
“Un vasto patio con una capilla á un lado y altas paredes antiguas llenas de
adaptaciones modernas, con las ruinas de carcomidas habitaciones en otro, es lo
único que ahora ve el viajero (1847) al pararse en el centro del espacioso
Palau. Observe, sin embargo, que son tres las puertas que conducen al edificio:
aquella por donde ha entrado, otra en el extremo opuesto y otra en el centro de
la pared fronteriza del derruido edificio”. Al salir por el camino
opuesto, junto a la fuente, es ya mayor el gozo que se siente y más grata la
ilusión que acude, en vista de los objetos que se presentan, tras de la
aplastada bóveda que sirve de camino.
Una ligera bajada conduce por éste hasta la calle de Escudillares, y a derecha e izquierda vense elevados terraplenes formando un espacioso y ameno jardín qué rodea del todo el edificio. A la derecha de la bajada y sirviendo casi de pared á la misma bóveda, descúbrese el primer cuerpo de un antiguo torreón, y á la izquierda al fondo del jardín y arrimado á la casa, vense asimismo restos de otro, y, sobre de él, que es lo que más admira, cimentada otra altísima y delgada torre redonda, de escasísimo circuito, pero de sólida construcción y de delicada y sencilla forma, elevándose a una altura mucho mayor que la de las casas inmediatas. Los primeros torreones no puede dudarse que son romanos y que pertenecen al primitivo círculo de fortificación y formando línea con las torres del Regomir. La otra torre elevada, por su forma y por el lugar en que esté colocada, a saber, en la misma línea de fortificación y en una de los puntos en que mejor se descubre la marca se haría creer que fuese obra de los árabes, pues también éstos trabajaron su parte en ciertas variaciones que hicieran, en los derruidos muros que hallaron al posesionarse de Barcelona. Sea, pues, minarete o no la tal torre, lo cierto es que por su forma parece tal, aunque no por el remate, arreglado, como es de creer, en siglos posteriores y acaso muy modernas y ascendido quizá á mayor altura aún, con el objeto de habilitarlo para miranda.
Desde la tercera puerta ó principal, que es de una elevada extensión, mirando al patio, descubrense al frente y detrás de la moderna galería que pasa desde la escalera a la capilla,unos arcos sueltos sin techo, y á un lado, enlazándose con los mismos, un elevado cuerpo formado por cuatro paredes de piedra, terminando en su parte superior por unos pequeños arcos construídos muchos siglos después que el resto de la obra y acaso sólo por previsión; viéndose en algunos de sus extremos varias ventanas redondas ó más bien óvalos que forman cada uno un rosetón calado, y en el centro dos pequeñas puertas góticas que se conoce servían de paso á otras habitaciones que han desaparecido.”
(A. de Rofarull: Guia-cicerone de Barcelona (Octubre 1847), p . 38). Ramón N. Comas: Recorts del Palau, en la Revista de Catalunya, 1890, a. I, pls. 20, 105 y 181. Fuente: Montse Robrenyo y Jordi Castañé i Mestres
Una ligera bajada conduce por éste hasta la calle de Escudillares, y a derecha e izquierda vense elevados terraplenes formando un espacioso y ameno jardín qué rodea del todo el edificio. A la derecha de la bajada y sirviendo casi de pared á la misma bóveda, descúbrese el primer cuerpo de un antiguo torreón, y á la izquierda al fondo del jardín y arrimado á la casa, vense asimismo restos de otro, y, sobre de él, que es lo que más admira, cimentada otra altísima y delgada torre redonda, de escasísimo circuito, pero de sólida construcción y de delicada y sencilla forma, elevándose a una altura mucho mayor que la de las casas inmediatas. Los primeros torreones no puede dudarse que son romanos y que pertenecen al primitivo círculo de fortificación y formando línea con las torres del Regomir. La otra torre elevada, por su forma y por el lugar en que esté colocada, a saber, en la misma línea de fortificación y en una de los puntos en que mejor se descubre la marca se haría creer que fuese obra de los árabes, pues también éstos trabajaron su parte en ciertas variaciones que hicieran, en los derruidos muros que hallaron al posesionarse de Barcelona. Sea, pues, minarete o no la tal torre, lo cierto es que por su forma parece tal, aunque no por el remate, arreglado, como es de creer, en siglos posteriores y acaso muy modernas y ascendido quizá á mayor altura aún, con el objeto de habilitarlo para miranda.
Desde la tercera puerta ó principal, que es de una elevada extensión, mirando al patio, descubrense al frente y detrás de la moderna galería que pasa desde la escalera a la capilla,unos arcos sueltos sin techo, y á un lado, enlazándose con los mismos, un elevado cuerpo formado por cuatro paredes de piedra, terminando en su parte superior por unos pequeños arcos construídos muchos siglos después que el resto de la obra y acaso sólo por previsión; viéndose en algunos de sus extremos varias ventanas redondas ó más bien óvalos que forman cada uno un rosetón calado, y en el centro dos pequeñas puertas góticas que se conoce servían de paso á otras habitaciones que han desaparecido.”
(A. de Rofarull: Guia-cicerone de Barcelona (Octubre 1847), p . 38). Ramón N. Comas: Recorts del Palau, en la Revista de Catalunya, 1890, a. I, pls. 20, 105 y 181. Fuente: Montse Robrenyo y Jordi Castañé i Mestres
Algunas curiosidades: El Palau Reial Menor, que estaba detrás del
ayuntamiento, fue demolido en 1847. Era llamado el Palau de la Condesa, quien mandó derribarlo para construir casas
para la burguesía, prueba de o cual se halla en las calles de la Comtessa de Sobradiel, la calle Ataülf y Milá, donde
se erigen una serie de edificios de tipo burgués construidos sobre el lugar
donde estaba el Palau Reial Menor, también conocido como Palau del Temple de Barcelona. Los
arquitectos que construyeron esta área fueron Josep Nolla, Francesc Daniel Molina y Elies Rogent. En Catalunya existen varios otros edificios templarios
como: el Castillo de la Zuda (Tortosa), el Castillo de Miravet (Ribera del
Ebro, Tarragona), el Castillo de Gardeny (Lleida), el Castillo de Puig-Reig
(Manresa) y el Castillo de Monzón (Huesca -Aragón-). Además de los vestigios
templarios, la Capilla de Santa Maria de Palau guarda otras reliquias.
Las más apreciadas por sus actuales gestores son un pequeño banco y dos
colchones que fueron utilizados por San Ignacio de Loyola, fundador de la orden
jesuítica, durante su estancia en Barcelona en 1523.
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