1 de marzo de 2014

Katharine Woolley: una arqueóloga temperamental


El arqueólogo británico conocido principalmente por sus excavaciones en la antigua ciudad sumeria de Ur (actual Irak) y por haber encontrado evidencia geológica del diluvio de Gilgamesh, Sir Leonard Woolley, trabajaba siempre acompañado de su esposa, la también arqueóloga destacada Katharine, cuyo desconcertante y autoritario carácter acabó convirtiéndola en la víctima de su estimada amiga la famosa escritora de misterio, Agatha Christie, en su célebre libro “Asesinato en Mesopotamia”.
Katharine y Leonard Woolley excavando en Ur (Irak)
De todas las pioneras de la arqueología, Katharine Woolley (1888-1945) es una de las menos conocidas. Participante en las excavaciones de la ciudad sumeria de Ur junto a su marido, Sir Leonard Woolley (1880-1960), y en varias ocasiones por encima de él, su labor, sin embargo, ha quedado ensombrecida por los rumores que rodearon su vida personal, en la que no faltaron episodios oscuros y dramáticos. Definida por la viajera, espía y arqueóloga Gertrude Bell como “una mujer peligrosa”, su desconcertante personalidad y su carácter autoritario hicieron que Agatha Christie, que conoció a su segundo marido Max Mallowan, gracias a ella, la acabara convirtiendo en la víctima de “Asesinato en Mesopotamia”. Cuando Katharine llegó a la arqueología, las mujeres no eran bienvenidas en esta disciplina, que recién comenzó a recibir a algunas mujeres de espíritu inquieto a mediados del siglo XIX, que tenían dos vías para acceder al trabajo arqueológico: la muy difícil, por libre, y la algo menos difícil, a través de un marido arqueólogo. Las “arqueólogas esposas de arqueólogos”, como Sophie Schliemann y Hilda Petrie, compartieron codo con codo las labores de sus compañeros, que las trataron siempre como iguales, pero rara vez fueron tenidas en cuenta en los círculos académicos, y su trabajo no se veía reflejado en las publicaciones firmadas por sus ilustres maridos. En esos ámbitos, se llegaban a hacer declaraciones del género “… nunca he visto una mujer excavadora bien preparada; así que, si expresara mi punto de vista, sería negativo. Una excavación mixta es una experiencia que no desearía volver a tener; puedo garantizar que las mujeres se adaptan admirablemente al trabajo, pero considero que deberían emprenderlo por su cuenta” (John Percival Droop, profesor de arqueología clásica de la Universidad de Liverpool, en su tratado “Archaeological Excavation”, 1915). Katharine Woolley llegó a Ur cuando ésta era la forma establecida de entender la cuestión de las mujeres y la arqueología.
Katharine y Leonard Woolley excavando en Ur (Irak)
Todos los papeles y documentos personales de la arqueóloga fueron destruidos tras su muerte, según había dispuesto ella misma, por lo que los intentos por trazar una biografía se nutren de fuentes secundarias, teñidas, como hemos visto, de la fuerte diferenciación sexual del trabajo contenida en la mentalidad de la época. Nació como Katharine Menke en la Inglaterra de 1888, hija de padres alemanes. Estudió historia en el Somerville College de la Universidad de Oxford, aunque tuvo que abandonar las aulas por problemas de salud. Como muchas jóvenes de buena posición, sirvió como enfermera durante la Primera Guerra Mundial, lo que la obligó a disimular sus orígenes germanos. En 1919 contrajo matrimonio con el teniente coronel Bertram Keeling, con el que se trasladó a Egipto, donde él realizaba estudios geográficos. Allí la vida de Katharine sufriría un trágico suceso del que no se sabe aún la verdad con exactitud. Según Cristina Morató en su libro “Las damas de Oriente”, el teniente coronel se suicidó delante de ella al pie de la Gran Pirámide en El Cairo disparándose un tiro en la sien. Sin embargo, la versión más fiel a la realidad parece ser la de Henrietta McCall, cuyas conclusiones recoge B.J. Richards en el blog “Monkey Strums the British Museum”, y que dice que cuando apenas llevaban seis meses casados, Katharine llamó a un médico porque se sentía enferma. Tras examinarla, el doctor se reunió con su marido durante unos veinte minutos. Después, y sin mediar explicación, Bertram Keeling salió y se envenenó cerca de las pirámides de Giza. Después de eso Katharine recuperó su trabajo como enfermera para salir adelante, aunque no había perdido su interés por el pasado. A principios de los años 20, y a rebufo del impacto popular que supuso el descubrimiento en Egipto de la tumba de Tutankhamon, las excavaciones en la ciudad sumeria de Ur (en el sur de Mesopotamia, actual Irak) recibían mucha atención en la prensa británica. Atraída por las noticias que leía en “The Times” y el “Illustrated London News”, la viuda decidió visitar el yacimiento.
Sir Leonard Woolley
Desde 1922 el Museo de la Universidad de Pensilvania y el Museo Británico mantenían las excavaciones de la “Ur de los caldeos” bíblica, el hogar del patriarca Abraham del Antiguo Testamento, y el director de la expedición era el arqueólogo británico Charles Leonard Woolley (1880-1960), quien tras formarse en yacimientos romanos en Inglaterra, había excavado en Nubia y en la ciudad hitita de Karkemish junto a T.E. Lawrence, es decir, Lawrence de Arabia. Su trabajo en Ur es un capítulo fundamental de la historia de la arqueología de Mesopotamia y le reportaría numerosos reconocimientos, entre ellos, el título de Sir. Entre sus muchos descubrimientos, destaca el cementerio real de la ciudad (con la tumba de Puabi de 2600 a.C.), una mujer de alcurnia de la Primera Dinastía de Ur a la que Woolley identificó con una reina, y cuya posición social es objeto de discusión todavía hoy. Katharine Keeling (todavía con el apellido de su marido) visitó Ur en 1924. Su inteligencia y, sobre todo su talento como dibujante, llamaron la atención de Woolley y sus colaboradores, que acabaron por invitarla a formar parte del equipo. En la campaña del año siguiente ya estaba integrada en el grupo y recibía un salario por su trabajo. Desde el principio, Katharine hizo mucho más que limitarse a dibujar los hallazgos más llamativos. Participaba en todas las labores de campo y en unos pocos meses se transformó en una especie de resolutiva mano derecha de Woolley. Al año siguiente, cuando el futuro marido de Agatha Christie, Max Mallowan, se ofreció para ocupar el puesto de asistente de Woolley, la encargada de realizar la entrevista de trabajo fue Katharine, y no Leonard. En un tiempo en el que los puntos de vista como el del profesor Droop eran el sentir general sobre la cuestión de las mujeres y la arqueología, la presencia de Katharine en Ur llamó la atención (negativamente) de los patrocinadores de la excavación, hasta los que habían llegado algunos comentarios malévolos. En una carta “personal y confidencial” George B. Gordon, uno de los responsables del Museo de la Universidad de Pensilvania, pedía en 1926 que se le aclarara la situación de Katharine en Ur. “Una mujer sola con cuatro hombres en el campamento podría ser una figura más interesante para algunos de ellos que el perfil de los zigurats”, indicaba, y continuaba “una mujer en esa situación podría implicar el riesgo de convertirse en el objeto de comentarios desconsiderados” y sugería a Woolley que tomara medidas para que “considerase la posibilidad de evitar ese riesgo”. En resumen, pedía que se echara a Katharine.
Libro de Max Mallowan
Woolley estaba satisfecho con el trabajo de su asistente y de ningún modo quería deshacerse de ella, y así se lo hizo saber a sus patronos en su extensa carta de respuesta, en la que defendía el trabajo de Katharine y se lamentaba de que los rumores “sean el precio que las mujeres todavía deben pagar por colaborar en tareas científicas”. Además, como solución para acabar con los rumores, decidió proponer a Katharine matrimonio, lo que ella aceptó con la condición de que no mantuvieran ningún contacto físico, lo que unido a la peculiar personalidad de la arqueóloga, fue dando lugar a las especulaciones más insospechadas, como que Katharine era en realidad un hombre disfrazado, o que era lesbiana, o padecía algún tipo de anomalía, o tenía el síndrome de insensibilidad androgénica, o una malformación… A mi parecer, alguna de estas posibilidades podría explicar la reacción de su primer marido tras la charla con el médico que la examinó en El Cairo. Pero también la explicación podría ser más sencilla: dada la naturaleza de su matrimonio, una unión de conveniencia, casi un acuerdo laboral entre dos colegas, es comprensible que no tuviera interés alguno en mantener relaciones íntimas con su marido. Pero esto no explica el suicidio de Bertram Keeling. Sin embargo, Max Mallowan hace una referencia al asunto en sus “Memorias”: “Katharine Woolley fue una personalidad dominante y poderosa de la que incluso en este momento es difícil hablar con justicia”. Tras referir el suicidio de su primer marido, el arqueólogo señala que “sólo a regañadientes accedió a casarse con Woolley. Necesitaba un hombre que cuidase de ella, pero no estaba interesada en la parte física del matrimonio. Katharine era una mujer dotada, de gran encanto cuando le interesaba, pero felina y descrita por Gertrude Bell, no impropiamente, como una mujer peligrosa”.
Max Mallowan, Agatha Christie y Leonard Woolley en Ur (Irak)
Katharine compartió todas las labores de responsabilidad con su marido y, gracias a su temperamento, consiguió tener al equipo y los trabajadores locales a su merced. Max Mallowan, que durante sus propias excavaciones tuvo que lidiar en muchas ocasiones con agresiones y peleas entre los obreros locales, recuerda una anécdota muy significativa: “Incluso los trabajadores de la excavación tenían miedo de ella y recuerdo una ocasión en la que los miembros masculinos de la expedición intentaron detener en vano una pelea tribal en el curso de la cual los combatientes se golpeaban las cabezas con mazas: la repentina aparición de Katharine en la escena fue suficiente para poner fin de inmediato a la guerra”. Katharine mantuvo una relación muy estrecha con Mallowan, que aprendió a manejar sus imprevisibles cambios de humor. Todos coinciden en que Katharine podía ser encantadora hasta la exquisitez o muy brusca y maleducada, sobre todo con los turistas indeseados y con las visitas femeninas. Agatha Christie fue la excepción a este rechazo. Había leído “El asesinato de Roger Ackroyd” y era una admiradora de la novelista. Cuando Christie visitó el yacimiento por primera vez, en 1928, fue recibida y tratada como una personalidad. Katharine encargó a Max Mallowan que hiciera de cicerone de la autora, una relación casual que acabaría en matrimonio y en la “conversión” de Christie a la arqueología. Pero a pesar de las atenciones recibidas, la escritora pudo experimentar de primera mano el carácter singular de Katharine. Durante una excursión con Leonard, Max y Agatha, el grupo tuvo que alojarse en un hotel que disponía solo de dos habitaciones libres, y además llovía y en una había goteras sobre una de las camas. Leonard propuso que las mujeres durmieran en la habitación seca mientras ellos se quedaban con la húmeda, que era más grande, pero Katharine exigió la grande y, por supuesto, la cama sin goteras. En esa misma salida, Max preparó un baño caliente para Agatha, y cuando ésta se dispuso a tomarlo, se encontró con que Katharine se había adelantado…
En “Una autobiografía”, Christie escribió que Katharine “fue un personaje extraordinario. La gente ha estado siempre dividida entre la aversión con un odio feroz y vengativo y la fascinación... Era capaz de ser muy maleducada -de hecho, cuando quería podía tener una mala educación tan insolente que era increíble- pero podía ser encantadora con éxito cuando quería”. A pesar de todo, parece que ambas mujeres hicieron amistad, por lo menos al principio, como demuestra que Christie pusiera su casa de Cresswell Place, en Londres, a disposición de los Woolley. Eso sí, después le haría un homenaje cuanto menos llamativo: la convirtió en la víctima de “Asesinato en Mesopotamia”, Louise Leidner, la paranoica mujer del director de una excavación a la que todo el mundo tiene motivos para matar. No parece que Woolley se diese por aludida ni que le molestara la novela, publicada en 1936, cuya dedicatoria dice “dedicado a mis muchos amigos arqueólogos de Irak y Siria”. Sí que le debió de afectar más la unión de Christie con Mallowan, y de hecho suele decirse que la autora no volvió a ser bienvenida en Ur después de su boda con Max.
Katharine Woolley
Es difícil determinar el alcance del trabajo de Katharine Woolley en Ur y cuánto aportó a las obras que llevan la firma de su marido, aunque está documentado que discutían sus puntos de vista sobre la excavación y que él solía tener en cuenta las interpretaciones y razonamientos de ella sobre el yacimiento. Además de su labor de ilustradora, escribió numerosos textos para la prensa y realizó tareas de restauración notables, como la del tocado de la “reina” Puabi que se exhibe en el Museo Británico. En las fotos aparece excavando cuchillo en mano, junto a su marido y rodeada de obreros locales. Se hizo cargo del yacimiento en muchas ocasiones y lo dirigió en solitario durante la última campaña, en 1934. El sistema de excavación en Ur era todavía muy rudimentario. Consistía en abrir grandes cortes, trincheras muy anchas y escalonadas de decenas de metros de profundidad, en cuyos cortes se realizaban lecturas estratigráficas para establecer las fases de ocupación que había vivido el yacimiento, y determinar la “evolución” de la ciudad de Ur, que abarcaba milenios de historia. Ello suponía coordinar a más de 200 trabajadores todos los días en varios puntos del sitio, un reto al que Katharine se enfrentó con eficiencia. Su vida fue apasionante, pero su final no fue feliz. Leonard tanteó la posibilidad de divorciarse en 1929, cuando apenas llevaban dos años juntos, y consultó el asunto con su abogado, pero al final decidió mantenerse unido a ella, que sufría esclerosis múltiple. Ese mismo año la arqueóloga escribió una novela, “Adventure calls” (1929), la historia de una mujer que se hace pasar por un hombre para unirse a un equipo de arqueólogos y se enamora de uno de ellos, su mejor amigo del grupo, al que tiene que ocultar que es una fémina. Él la descubre, se da cuenta de que la quiere, se casan y viven felices. Cuidada por su marido, Katharine falleció a causa de su enfermedad el 8 de noviembre de 1945.





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