9 de marzo de 2014

Megalitos: astronomía y astrología en Antequera (Málaga, España)


Texto: Alex Guerra Terra. Fotos: Miguel Bernabé. Ubicado en una pequeña elevación de la vega antequerana, próxima a la ciudad de El Torcal, se erige el magnífico conjunto megalítico de Antequera, quizá el más impresionante de Europa, y hasta del planeta, y uno de los más antiguos, con 5.800 años. ¿Pero qué son los dólmenes de Antequera? ¿Santuarios, tumbas, monumentos astronómicos, todo a la vez? La respuesta trae de cabeza a arqueólogos de todo el mundo, y aún no existe un consenso sobre cómo atravesar esa neblinosa barrera que nos impide rastrear las huellas perdidas en el tiempo y ver qué ocurrió más allá de las imponentes piedras. 
Dolmen de Menga
Peña del Indio
Al entrar en el complejo y echar un primer vistazo al conjunto, nos causa verdadera impresión su descomunal escala constructiva. Muchas sociedades antiguas han construido enormes megalitos en períodos y sitios muy distintos. El Templo Hal-Saflieni de Malta al sur de Sicilia, Stonehenge en Inglaterra y Newgrange en Irlanda, son sólo algunos de los ejemplos más conocidos de Europa. Pero la peculiaridad de los de Antequera radica en que éstos destacan sobre todo por dos elementos trascendentales. Por un lado, sus dimensiones. ¿Cómo lograron aquellos hombres trasladar bloques de piedra de hasta 180 toneladas? A pesar de las explicaciones ofrecidas hasta ahora, e incluso experimentos reproducidos con sistemas informáticos, personalmente es algo que simplemente escapa a mi entendimiento. El logro de desplazar estos portentosos bloques en el Neolítico, cuando la tecnología era aún muy rudimentaria, me hace imaginar al menos, si es que es posible, una férrea voluntad de hacer algo que sin lugar a dudas, debía relacionarse con el mundo simbólico, mágico y religioso. Sólo basta observar el entorno para imaginar que el lugar era, en efecto, un sitio de gran significación para sus habitantes. Por otro lado, me sorprende sobremanera que cada uno de los tres dólmenes que integran el conjunto (Menga, Viera y El Romeral), posee no sólo una orientación diferente a la del resto de conjuntos megalíticos, sino que además cada uno tiene su extraña singularidad, relacionada con orientaciones tanto geográficas como astronómicas, probablemente usadas en ritos iniciáticos y de fertilización que se realizaban en el interior de sus recintos. Recintos que sirvieron para guardar los restos funerarios de los habitantes de la comunidad, acompañados de sus ajuares, y en ocasiones de sus perros, con una finalidad que de momento no ha podido ser explicada satisfactoriamente. Pero estas construcciones eran mucho más que tumbas.
Dolmen de Menga
Observatorios astronómicos. Después de un primer vistazo, sigo adentrándome en el recinto para descubrir cada una de estas impresionantes estructuras, todas completamente diferentes entre sí y con diversas orientaciones, mientras procuro responderme a algunas preguntas. Antiguamente, cuando se establecía una orientación a un equinoccio o un solsticio, se recogía la manifestación de una divinidad celeste en determinado momento del año, aunque la funcionalidad práctica también era importante. El comienzo de las épocas de la cosecha, la siembra, o la captura de determinadas especies cuya aparición seguía patrones estacionales, eran momentos perfectamente reflejados en los movimientos del Sol, la Luna y las estrellas, que los antiguos identificaban perfectamente y reflejaban en la orientación de sus monumentos. Pero con un simple paseo matinal yo no podía comprobarlo, así que mis observaciones, se centraron en las investigaciones realizadas por los científicos, quienes reconocieron hasta cuatro alineamientos distintos en la necrópolis antequerana: dos de carácter geográfico (Menga-La Peña de los Enamorados o del Indio y El Romeral-El paraje de El Torcal) y otros dos de carácter astronómico (Viera-equinoccios de primavera y otoño y El Romeral-solsticio de invierno). En definitiva, el binomio Menga-Viera cuenta con un alineamiento geográfico y otro astronómico, mientras que en El Romeral se dan ambos tipos de alineamiento en un solo edificio. Pero, ¿por qué esta orientación, y no otra?, y sobre todo, ¿por qué la orientación al orto solar sólo se da en Viera y no ocurre igual en sus homólogos? En este sentido, según la teoría aceptada, los dólmenes estarían orientados hacia el amanecer del día en que comenzaron a construirse, y fija unas orientaciones concretas para Antequera. Tras varios estudios, y a pesar de que algunos arqueólogos prefieren ofrecer explicaciones ritualistas convencionales, los expertos llegaron a la conclusión de que su fin no era la observación de un orto solar determinado, sino que, en momentos puntuales del año, la luz del astro rey inundara el reino de los muertos, en el interior de los sepulcros. 
Dolmen de Menga
Menga y la Peña del Indio. Menga mira hacia el noreste, a la poderosa Peña de los Enamorados, o del Indio, una montaña cuya forma recuerda un rostro humano a la que probablemente el hombre prehistórico dio un halo ritualístico, sagrado o mágico, lo que es resaltado aún más por dos elementos: las enigmáticas figuras aún no descifradas que se hallan grabadas en la pared rocosa de la entrada al dolmen, símbolos de rituales y ceremonias mágicas, y las pinturas rupestres de la cueva que se halla en el cerro. Entrar al dolmen de Menga es como transportarse a tiempos pretéritos de hombres fuertes y poderosos. Una de las cumbres de la arquitectura adintelada de la Prehistoria europea, sobresaliente por sus grandes dimensiones, es quizá el más imponente de todos, tanto por su espacio interior como por las losas empleadas, de hasta 180 toneladas. Fue el primero en ser descubierto  por Agustín de Tejada (1587) y estudiado por Rafael Mitjana (1847). El corredor de entrada  ya nos sobrecoge con cuatro inmensos ortostatos a la izquierda y otros tantos a la derecha, cubiertos con gigantescas losas. Realmente imposible de imaginar cómo llegaron allí. Luego, una ligera discontinuidad marca el paso hacia la gran cámara funeraria, en la cual llaman la atención tres enormes pilares, un recurso constructivo excepcional en el megalitismo europeo. Detrás del tercero, se localiza un extraño pozo excavado en la roca, de 19,50 metros de profundidad y 1,50 de diámetro.  Pregunté a mis acompañantes, que ya habían estado en el sitio, la función del mismo, pero no conocían la respuesta. Por lo visto, la explicación a este profundo hoyo perfectamente cilíndrico, todavía no ha podido ser resuelta, ya que  se trata de un elemento extraño a la arquitectura megalítica. Podría ser coetáneo a Menga, según algunas hipótesis, pero no se sabe a ciencia cierta porque ya había sido excavado en 1847, antes de las excavaciones más modernas. Según algunas cronologías extraídas de muestras de carbón (3790 a. C. y otra de 3730 a. C.), se supo que Menga había sido construida más de mil años antes de lo que se creía hasta aquel momento. Es pues tal vez, el más antiguo de Europa. 
Dolmen de Viera
Equinoccio en Viera. Viera es bastante más modesto que Menga, y también más reciente. Según los expertos, pudo construirse en torno al año 2000 a.C. Es un sepulcro de corredor con un largo pasillo de 19 metros de longitud, segmentado en dos tramos por una puerta. Junto con el de El Romeral, fue descubierto y estudiado medio siglo más tarde que el de Menga, por Antonio y José Viera (1903-1905). El equinoccio, vocablo que proviene del latín aequinoctium, o noche igual, es el fenómeno que se produce los dos días del año en los que el día y la noche duran lo mismo al discurrir sobre el ecuador la eclíptica o el camino diario que dibuja el Sol en la bóveda celeste. Marcan el inicio de la primavera y el otoño, y es entonces, dos veces al año, cuando la luz del astro rey inunda el interior del dolmen de Viera. Quería ver este espectacular acontecimiento, que tiene lugar a eso de las ocho de la mañana en primavera y que sólo vuelve a verse con la llegada del próximo otoño, un poco más tarde. En los amaneceres equinocciales, el sol se alinea con el corredor del monumento megalítico y su luz penetra directamente en el interior. Así lo presencié, e imaginé que en un pasado remoto, milenios antes, tal vez los cuerpos de los muertos que allí yacían, eran bañados por el Sol durante esos escasos minutos del equinoccio. Un espectáculo que se me antojó algo morboso para nosotros, y para el que los expertos aún no ofrecen una explicación lógica.
Tholos de El Romeral
Solsticio en El Romeral. Existen dos momentos del año en que el Sol alcanza su mayor o menor altura aparente en el cielo, dos momentos en que la duración del día o de la noche, son las máximas del año: los solsticios, del latín solstitium, o lo que es lo mismo, sol quieto, de verano e invierno respectivamente. El tholos de El Romeral, que se diferencia de los otros del conjunto por el empleo de mampostería en paredes y bóvedas, en lugar de lajas, y sus cubiertas, que constituyen los mejores ejemplos del empleo de la técnica de la falsa cúpula en la Prehistoria de la Península Ibérica, es un ejemplo de este diálogo permanente del Hombre con el Universo, y específicamente, con nuestro astro rey, el Sol, en invierno. ¿Astronomía o astrología? Hablamos de astronomía, y consideramos a los antiguos habitantes de este lugar perfectos conocedores del cielo, lo cual es cierto, pero… algunas exageradas interpretaciones parten de un error común: afirmar que el interés científico está detrás de estas curiosas orientaciones, extrapolando nuestra propia visión, a la de nuestros antepasados. Debemos intentar comprender que los antiguos habitantes antequeranos, tenían más que una curiosidad astronómica, un interés astrológico. Las culturas prehistóricas tenían un pensamiento mítico, animista. El tiempo no era percibido linealmente como lo hacemos nosotros, sino de forma cíclica. Tal circunstancia explica que la percepción de los acontecimientos estuviera determinada por lo repetitivo y lo recurrente, más que por lo novedoso, cambiante o histórico. Dentro de esta forma de percepción, los ciclos astrales, que son muy evidentes, no pasaron desapercibidos para el hombre antequerano de hace milenios. En ningún caso, el conocimiento de estos principios astrales y de otros muchos observables en la naturaleza, debía resultarles extraño. Ellos probablemente se preguntaban: ¿qué representa esto para mí? o, ¿esto es bueno o malo para mí o para nosotros?, muy distintas a las preguntas del pensamiento científico, que nos hacemos hoy en día: ¿qué es esto, y por qué es así? En ellos había un interés astrológico, más que astronómico. Se preguntaban ¿cómo me pueden favorecer los movimientos y desplazamientos de los astros?, y no ¿qué son o por qué se mueven los astros? 
Tholos de El Romeral
Extraños rituales funerarios. Lamentablemente en el interior de los dólmenes ya no yacen los restos funerarios, lo que sin duda nos ayudaría a imaginar el verdadero aspecto del lugar en su época de esplendor. Ni siquiera en las excavaciones se han podido rescatar prácticamente restos funerarios y ajuares asociados, pues cuando fueron hallados y estudiados, ya habían sido profusamente expoliados en el pasado. Pero el carácter repetitivo de los rituales funerarios megalíticos, y algunos restos hallados en Antequera, permiten formarnos una idea de cómo podrían haber sido en aquel lugar. Observo el suelo. Allí, los cadáveres eran depositados en posición fetal directamente sobre la tierra de las cámaras construidas para esa función, y no se descarnaban, ni inhumaban, ni incineraban previamente a su deposición en el interior del sepulcro, donde se colocaban dispersos o incluso amontonados descuidadamente, acompañados de objetos que configuraban el ajuar del difunto, y en ocasiones, de perros. La deposición continuada de cadáveres hacía que no fuera infrecuente que éstos pudieran aparecer ocupando parcial o totalmente los corredores, lo que debería resultar una visión realmente grotesca. Este tratamiento de los cadáveres, puede parecer algo irrespetuoso a nuestros ojos actuales, pero la compleja concepción de la vida y la muerte de aquellos tiempos, no nos permite, seguramente, formular una opinión objetiva al respecto. No obstante, es cuanto menos extraño, que no se practicara un ritual más complejo para preparar y depositar los cadáveres, aunque probablemente, su presencia dentro de los sepulcros de corredores segmentados con puertas y cámaras secundarias, correspondían a rituales iniciáticos o de tránsito, que hasta hoy en día resultan un misterio.
El Romeral
Función de los dólmenes. Templos para ritos de iniciación, grandes mausoleos, observatorios astronómicos, ¿o todo a la vez? No lo sabemos exactamente. Pero antes de mi partida, me quedo absorta observando con detenimiento y apertura de espíritu, las imágenes que el tiempo inexorable fue dejando impresas en las piedras, para intentar atisbar, aunque sea sólo en parte, la enigmática existencia de esos hombres y mujeres que hace más de cinco mil años, encontraron soluciones a inconmensurables preguntas existenciales. Como dijo Edwin C. Kupp (“En la búsqueda de la astronomía de la antigüedad”, 1978): “Si podemos extraer de los megalitos, centros ceremoniales o templos, alguna evidencia de la observación de los distintos tipos de obvios  e importantes fenómenos  que aquí se han discutido, podremos adquirir cierto discernimiento de las necesidades y de la evolución de la mente humana.” En mi opinión, aún habrá que esperar varios amaneceres, y será el tiempo quien poco a poco nos irá otorgando pistas sobre todas las incógnitas que rodean nuestro Universo.
Dolmen de Viera
¿Qué es arqueoastronomía? La arqueoastronomía es la disciplina científica que estudia la orientación astronómica de los monumentos antiguos, las prácticas astronómicas de las culturas antiguas, su relación con los cielos, sus mitologías, religiones y cosmologías. Esa inquietud por las estrellas nace desde muy antiguo, desde el inicio de la Historia del Hombre. La visibilidad de la bóveda celeste era, antiguamente, perfecta, no como ocurre actualmente que la contaminación lumínica no lo permite, y el conocimiento de la misma, era de vital importancia para los pueblos antiguos. Lo que para nosotros es aparentemente una simple alineación solar, lunar o estelar, esconde un mundo de magia, ritualismo y religiosidad de carácter abstracto y por tanto difícil de comprender, que está presente en todas las civilizaciones antiguas. Veían en las estrellas la respuesta a muchas de sus preguntas existenciales, sirviendo de justificación para la orientación de templos y monolitos. Como en todas las ciencias que estudian el pasado, la arqueoastronomía está sujeta a una posible deformación histórica. Por lo tanto, es necesario desprenderse de las opiniones del presente, para realizar un análisis desde la perspectiva de quienes vivieron en tiempos remotos. Lo que nosotros podríamos interpretar como magia o ritos, para ellos era su única forma de vida, lo que guiaba numerosos aspectos de la misma. Era su ciencia, su realidad.
Dolmen de Viera
¿Alineaciones casuales o intencionadas? Trazar una orientación no era algo tan complejo, y tampoco son tan precisas como se cree. El desplazamiento del Sol es reducido, por lo que un monumento orientado hacia un fenómeno astronómico relacionado con el mismo, estará orientado durante casi un mes hacia ese fenómeno. Las alineaciones equinocciales son más precisas y complejas porque el movimiento del sol en estas épocas es más acelerado. ¿Pero hasta qué punto no será todo producto de la casualidad? La arqueoastronomía choca con varios problemas para su estudio y su credibilidad, ya que muchos cálculos no se han realizado sobre el terreno, y sólo se ha tenido en cuenta el horizonte astronómico (no el natural), sin tenerse además en cuenta los movimientos y cambios propios de las estrellas (el cielo ha ido cambiando). Por lo tanto, muchos resultados que en un momento pudieron resultar atractivos, luego han resultado erróneos. Diferenciar lo que es una alineación casual de una intencionada, es el mayor desafío al que se enfrentan los investigadores de la arqueoastronomía, con estudios que más que hallar nuevos monumentos supuestamente alineados a fenómenos astronómicos, se dirigen a encontrar modelos repetitivos en alineaciones, para demostrar que no es algo casual, sino intencional. La leprosa Dominga. El origen del nombre de Menga se remonta al siglo XIX cuando Rafael Mitjana creyó que provenía de Men-Lac’h, “piedras sagradas” en celta; pero más tarde Trinidad de Rojas propondría su origen en las leyendas populares del siglo XVI que hablaban de una desgraciada mujer leprosa llamada Menga o Dominga, quien tras la muerte de su marido, se trasladaría a vivir al interior del dolmen, donde moriría abandonada.

4 comentarios:

  1. parece mentira que cuanto más antiguo es el dolmen, más grandes son las piedras que lo componen (en Menga hasta 180 toneladas.) Cómo las moverían estas tribus rupestres. Eran de los de burro grande ande o no ande, o eran más avanzados los habitantes más antiguos. También pudiera ser que la población se redujera drásticamente, pues para mover 180 TM sin tecnología harían falta centenares de hombres.

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    1. Pues es todo un misterio, Martín. La historia oficial explica su transporte con la fuerza bruta de cientos de hombres, pero a mí siempre me inquieta la posibilidad de un conocimiento que se ha perdido en algún momento de la historia humana...

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  2. Muy interesante Alex...podemos llegar a entender casi todo del mundo antiguo: modo de vida, rituales, aspectos que analizas con gran solvencia... pero su facilidad para mover grandes moles de piedra, con un tonelaje que hoy dia seria dificil, aun se nos escapa al entendimiento y no solo en el Neolítico, sino mucho más cerca en el tiempo, como puede ser Egipto o el mundo romano. Sin duda tenían una gran habilidad, que desconocemos

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    1. Oh, gracias Nacho, no había visto el comentario. Tengo un fallo en el sistema, que no me notifica de los comentarios en el blog. Un abrazo!

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