La
exposición aborda tres cuestiones que van encadenándose e interrelacionándose.
La primera, y fundamental, es la figura de Paul Gauguin, cuya huida a Tahití,
donde reconquistó el primitivismo por la vía del exotismo, funciona como hilo
conductor de todo el recorrido. Sus pinturas icónicas, creadas a través del
filtro de Polinesia, no sólo se han convertido en las imágenes más seductoras
del arte moderno sino que además ejercieron una influencia esencial en los
movimientos artísticos de las primeras décadas del siglo xx, como el fauvismo
francés y el expresionismo alemán. La segunda trata del viaje, el viaje como
escape de la civilización, que servirá de impulso renovador a la vanguardia, y
el viaje como salto atrás a los orígenes, a ese estado edénico, utópico y elemental
que anhelaba el primitivismo. La tercera, y última, se refiere a la concepción
moderna de lo exótico y sus vinculaciones con la etnografía. Museo Thyssen-Bornemisza (Madrid). Para ilustrar el post, como acostumbro añadir una música relacionada, aquí os dejo un enlace de una música tahitiana muy bella: Taure'are'a-Mahealani Uchiyama
Parau api (¿Qué hay de nuevo?). 1892 |
Dos mujeres tahitianas. |
Las
escenas de la indolencia femenina que pintó Gauguin durante su periodo
tahitiano reflejan cierta influencia del exotismo de Eugène Delacroix. El
pintor romántico francés fue uno de los primeros en viajar al norte de África y
también un precursor en el modo de concebir la obra de arte como producto de la
imaginación creadora. El movimiento rítmico y el seductor colorido de sus
románticas representaciones del “esplendor del Oriente”, serían un precedente
fundamental para algunos artistas de la modernidad. En los
años 1880 la breve pero intensa estancia de Gauguin en Martinica, junto a su
amigo Charles Laval, supuso un giro trascendental en su carrera de pintor. En
esta primera experiencia viajera, frente a la espesura tropical y el encanto de
sus gentes, el lenguaje pictórico de Gauguin toma finalmente forma propia.
Idas y venidas, Martinica. 1887 |
Cuando
Gauguin llegó a Tahití, al integrar lo primitivo y lo salvaje, logró acrecentar
la liberación de su creatividad. Desde su anterior periodo bretón ya tenía
claro que la pintura tenía que desafiar las convenciones de la imitación
naturalista y servirse de las sensaciones asociadas a la contemplación de la
naturaleza a través del sueño.
Como puede observarse en esta sección, no sólo
para Gauguin sino también para artistas como Henri Rousseau o Henri Matisse,
Emil Nolde o Max Pechstein, August Macke o Franz Marc la relación con la
naturaleza salvaje, real o imaginaria, se convirtió en el modo idóneo de
recuperar la inocencia y la felicidad, el verdadero sentido del arte. El mundo
de la jungla les brindaba a todos ellos un medio para superar la crisis de
valores, estéticos, morales y políticos, y saltarse los límites del lenguaje
artístico vigente. Desaparecido
del mundo en el fondo de Oceanía, Gauguin se volcó en la representación de la
deslumbrante naturaleza y de la cultura maorí, en proceso de desaparición, con
su particular estilo sintetista construido mediante grandes superficies de
color y un profundo contenido simbólico y mítico.
Matamoe (Muerte. Paisaje con pavos reales). 1892 |
En tiempos
de Gauguin, la atracción por la alteridad que propició el desarrollo del
primitivismo se pone de manifiesto en una nueva relación de los artistas con la
etnografía. El primitivismo nos conecta con el otro a través de una especie de
imagen reflejada en la que contemplamos algo extraño, algo diferente. Pero,
como defendía Victor Segalen, “no nos preciemos de asimilar las costumbres, las
razas, las naciones, de asimilar a los demás; sino por el contrario,
alegrémonos de no poderlo hacer nunca; reservémonos así la perdurabilidad del
placer de sentir lo Diverso”. Lo que importa no es descubrir el sistema de la
diferencia, sino la extrañeza irreductible de las culturas, de las costumbres,
de los rostros, de los lenguajes. A Gauguin y a los artistas expresionistas les
unió el compromiso de la diferencia, de la distancia, de una mirada “estética”
frente al otro.
Muchacha con abanico. 1902 |
Paul
Gauguin, el artista mítico que se hizo salvaje para encontrar una nueva visión
para el arte se convirtió en el nuevo canon exótico para los expresionistas
alemanes, los primitivistas rusos y los fauves franceses. Mientras que muchos
de ellos, como Ernst L. Kirchner, Erich Heckel o André Derain, estudiaron el
arte primitivo en los museos etnográficos, otros, como Emil Nolde o Max
Pechstein, se embarcaron hacia tierras lejanas en busca del Otro. Por otra
parte, la pintura de Gauguin, que renunciaba a cualquier tipología anterior se
convirtió en paradigma para sus experimentaciones formales. Ahora bien,
mientras que para el fauvismo el primitivismo gauguiniano era hedonista y
esencialmente estético, para los expresionistas alemanes, lo exótico y lo
primitivo eran no sólo una excentricidad anticlásica y antiacadémica sino
también una nueva manera de vivir.
Mujer tahitiana. 1898 |
A
comienzos del siglo XX los artistas modernos que viajaron a países lejanos
abordaron lo exótico como una verdadera estrategia de vanguardia y su principal
objetivo fue buscar respuesta a sus indagaciones artísticas. La experiencia
estética de Wassily Kandinsky durante el viaje a Túnez en 1905 le descubrió una
pintura de factura más experimental y un colorido más brillante, esencial para
el futuro desarrollo de la abstracción. Diez años después, también visitaron
Túnez August Macke y Paul Klee, donde lograron descubrir la liberación de la
forma y del color. Matisse, por su parte, encontró inspiración en Oriente a
través del arabesco, un modo de organización visual decorativa propia del arte
islámico, y Robert y Sonia Delaunay reinterpretaron el folclorismo de la
península Ibérica a través de su estilo de contrastes simultáneos.
Tabú. Matisse y Murnau
Los
recuerdos y ensoñaciones de Tahití se tradujeron en las experimentaciones de
sus años finales con papiers découpés (papeles recortados),
reverenciados como la culminación de su carrera y de su principio rector
baudelairiano: “orden y belleza, lujo, calma y voluptuosidad” y, asimismo, como
el último soplo de utopía de las vanguardias. La
exposición se cierra con la estancia de Henri Matisse en la Polinesia francesa
en 1930, donde coincide con el director del cine expresionista alemán F. W.
Murnau que está inmerso en el rodaje de Tabú. Si Gauguin había planeado
su viaje como escape de la civilización, Matisse lo proyectó como unas
vacaciones de placer para intentar salir de un periodo de inquietud y
desasosiego, pero terminó convirtiéndose en el punto de arranque de una nueva
etapa artística.
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